Si, definitivamente quiero navegar muy lejos de aquí.
Ahora mismo, escuchando música, cierro los ojos. Me imagino en un velero. De pie en la cubierta, a proa. Agarrado de uno de los cables que componen la jarcia observando la mar. El viento pegando fuerte en mi cara. La velas desplegadas se agitan, incluso llego a oír el embate de las olas contra el barco en su movimiento de cabeceo. Me acerco a la rueda del timón y la giro para coger rumbo a lo desconocido. Ninguna carta nautica puede llevarme donde yo deseo. Mar adentro, en mitad del océano. Quiero estar ahí ahora mismo. Sólo. En compañía simplemente de mis fantasmas. Compartir al anochecer un poco de ron con mis inseparables amigos. Esas visiones que, sin ninguna duda, son tan etereas que parecen sirenas salidas del mismisimo fondo marino. Dejar que el ron haga sus efectos y cual pirata inglés del XVII cantar a la luz de una luna tan grande y clara, tan cercana, que subiendote a la cofa casi se puede rozar. Entonando canciones que hablen de criaturas infernales y bellas señoritas esperando en puertos desconocidos mientras brindo, en la soledad de la noche, con seres espectrales creados por mi embriagada mente. Y porque no, llegar a una isla desierta y sentarme en su playa de fina arena blanca, tan inmaculada y virgen que soy el primer ser impuro en pisar su suelo. Y allí, en medio de ese paraíso, olvidar todo y a todos. Dejar mi mente vacía de pensamientos. ¡Daría mi vida por pasar un día así! ¡Lucifer, te vendo mi alma por un velero y una isla desierta!
Abro los ojos, y me doy cuenta de que mi fantasía es totalmente inútil. Mi alma lejos de estar libre en un edén paradisiaco se encuentra encarcelada. Unos barrotes no dejan que se escape. Esas barreras han sido creadas por mi mente, al igual que el ensueño en el que me encontraba hace unos segundos. Y como un espejismo en medio del desierto desaparece toda ilusión al frotarme los ojos, incrédulo por la vida utópica imaginada.
¿Por qué sueño despierto con ser un pirata? Más aún, ¿por qué un pirata al uso, de los antiguos, de los de espada en ristre y pata de palo? O tal vez, cambiar el trozo de madera de mi extremidad y poner un loro en mi hombro o un parche en el ojo. Más que nada para poder correr en mi isla desierta o nadar en sus playas de aguas azul turquesa. ¿Por qué no imaginar ser un pirata del siglo XXI?
Podría ser Hank Moody. Un personaje ficticio. Inventado y puesto en un guión. Pero seguramente basado en las vivencias de alguien. Puede que del propio actor que lo interpreta, David Duchovny.
Hank, si viviera en el 1700 sería el maldito Barbanegra. Tan temido como venerado a partes iguales. Es un bribón. Un mamonazo con los amigos y un tunante con las mujeres. Como escritor que es embauca a las tías por su labia, las conquista con sus palabras y su manera irreverente de ser. Indiscutiblemente no es feo, pero creo que las mujeres que se lleva a la cama no se fijan en eso. Más que nada es la curiosidad por estar con alguien diferente. Eso es lo que las atrae, lo que las cautiva. No hay duda de que admiro a este personaje. Hace y dice cuanto desea y piensa. Aunque se contiene a veces por su pepito grillo interior interpretado por su hija. Ella pone límites. Más que ella, él los pone por ella. Pero hay momentos en que no se puede frenar y se comporta como todo el mundo debería, no siendo hipócrita. Viviendo y siendo lo que él desea vivir y ser.
Tenemos otra versión de Hank, más light. Más familiar podríamos decir. Es Charlie Harper.
Otro nombre en un guión, esta vez interpretado por Charlie Sheen. Y también con muchos visos de estar basado en las propias corredurías del actor neoyorquino. Es más comedido que Hank, pero conserva el estilo pirata en su alma. Vive con una copa de whisky en una mano mientras con la otra intenta bajar la cremallera del vestido de alguna mujer. Todas, sino la mayoría más jóvenes y guapas que él. Esta vez es músico. Otra profesión que al igual que la de escritor necesita de viveza mental. Con ella, esa inestimable agilidad para decir lo que debe en el momento adecuado, hace que las mujeres se le abalancen. Tiene éxito en la vida. Un gran coche, una casa en la playa y comida en la nevera. Es un privilegiado porque tiene ese don. Atracción. Dinero, mujeres y éxito.
Ambos personajes tienen momentos de debilidad. En algún puerto se plantean el dejar de ser piratas porque han conocido a una mujer especial, una de esas que te hace olvidar quien eres y por qué estas ahí. Una mujer que confía en poder cambiarte, en poder sacar lo bueno que cree que hay en ti sin que lo que te convierte en especial se marche también. Pero eso es imposible. Esta gente es así y si se les intenta corregir se les mata poco a poco. Algo dentro de ellos se marchita y su alma acaba confundida preguntándose quien demonios es.
Vuelvo a cerrar los ojos. Vuelvo a mi mar, al viento en mi rostro. El olor a madera mojada junto al del salitre es inconfundible. Me apoyo en el palo de la vela mientras cojo mi petaca llena de ron y echo un trago. El sabor dulzón corre por mi garganta y noto como llega a mi estómago. Adoro esa mar. La agitación y bravura, el azul, el misterio que esconden sus profundidades. Me quedo un instante embelesado contemplando el vaivén de las olas. A lo lejos un sonido retumba y hace que me vuelva hacia el estruendo. Es un trueno, una tormenta se acerca. Doy un último trago y aprieto el puño. Decidido cojo el timón y viro a estribor. Me dirijo directo a la tormenta. ¡Qué diablos, soy un pirata!
Ahora me veo maniobrando a través de las crestas de las olas. Siento toda la furia del mar embistiendo la nave. El agua me nubla la visión y apenas puedo mantener el rumbo. Los relampagos iluminan tenuemente la proa y dejan entrever un panorama bastante desalentador. Casi se pudiera decir que me encuentro ante una de las puertas que dan entrada al infierno. Estoy luchando contra la naturaleza, mi destino y mi mente que a veces intenta joderme y me dice rindete. Estoy intentando llegar a mi isla. Al paraíso perdido.