Llegué a Lyon por la noche. Había salido tarde de París. Alrededor de 450 kilometros de magnifica autopista me permitieron ir tranquilamente observando la borgoña francesa. Una zona preciosa llena de viñedos y pequeñas montañas. En un par de ocasiones paré en las áreas de servicio muy cuidadas del sistema de carreteras galas y eso demoró mi llegada. Sin GPS por aquel entonces, me guiaba por un amplio mapa de toda Europa en el que en una de las páginas se veía un pequeño plano de la ciudad. Insuficiente para llegar al hotel sin perderse, algo habitual en mi por otra parte. Tras unas cuantas vueltas y alguna pregunta, en un francés muy básico, a los lugareños di con el emplazamiento de mi hotel. Dos noches estaría alojado aquí, ya que había escogido Lyon como una ciudad de paso entre París y la Costa Azul.
Al llegar dejamos las maletas y nos fuimos a echar un vistazo. Teníamos hambre y buscamos un sitio para cenar. El hotel estaba genial no tanto la zona que escogimos o quizá fuera ese camino que andamos. El caso es que no vimos nada abierto, ningún restaurante, ninguna tienda. Sólo veíamos vagabundos y gente pidiendo unas monedas. Así que desanimados y cansados observamos la gigante M iluminada a lo lejos y optamos por cenar una hamburguesa de ese famoso establecimiento.
El día amaneció soleado. Nuestra habitación era preciosa y desde la ventana de esa planta alta se veía un patio lleno de flores que dejaba subir un olor impresionante. Eso avivó nuestro interés por ver la ciudad. Nos vestimos y pusimos rumbo al río. Ahora no recuerdo en que ribera estuvimos paseando ya que dos son los ríos que pasan por la antigua capital francesa. El Saona y el Rodano. Intentando recordar con los ojos cerrados ahora mismo diría que en un 90% debía ser el Saona porque desde allí vimos en lo alto las increíbles torres de la Basílica de Notre Dame de Fourvière. Y pedí a mi acompañante subir hasta aquella colina. Ella accedió. Así que guiándonos por las cruces de las torres empezamos a andar por las callejuelas del barrio antiguo y de las nuevas avenidas peatonales hasta topar con el funicular que subía hasta la Basílica. Y como yo me monto en cualquier cosa que se mueva y ella estaba perezosa para seguir andando pagamos el euro que costaba entrar y nos acomodamos. La basílica era preciosa y las vistas de toda la ciudad impresionantes. Me encantó pasear por dentro de la iglesia por un lado por la belleza del interior pero por otro para dejar durante unos minutos el horrible calor que azotaba Francia ese año. Pasamos un buen rato deambulando por los pasillos y capillas, leyendo la información del lugar y contemplando a los turistas mientras hablábamos sentados en los bancos para los feligreses. Al salir un cielo oscuro lleno de negras nubes nos sorprendió. Y como intuimos que iba a llover bastante nos dirijimos a un supermercado, habíamos decidido que haríamos un picnic. Comeriamos en la habitación del hotel.
La selección de quesos de cualquier supermercado de Francia es impresionante. Mucha variedad, tantas clases que alguna ni había oído que existiera y encima vienen en porciones pequeñas individuales para que escojas los que quieras sin tener que comprar el queso entero. Pillamos unos cuantos de muchos tipos. Fuimos también a la sección de patés y elegimos tres o cuatro tarrinas con distintas especias. Un par de baguettes. Y un Burdeos para ella y una coca cola para mi. Al llegar a la habitación esparcimos todo por la cama y con la tele puesta en algún canal de la televisión de pago de fondo empezamos a comer y a charlar sobre un montón de cosas. Y no se de que forma llegamos a una conversación. Una que llevó al momento más pasional que jamás he vivido.
¿Te atreverías a depilarte entera y luego me depilas a mi? De dónde diablos vino esa pregunta no lo recuerdo. ¿Por qué se me ocurrió en ese momento? Ni idea. El caso es que minutos después de hacerla estábamos desnudos en el baño enjabonandonos para que mi cuchilla de afeitar hiciera su trabajo más suavemente. Empecé yo. Delicadamente le rasuré toda la zona. Mi excitación era notable y ella no me iba a la zaga pero había que estar calmado. Un pequeño movimiento haría que lo que parecía ser extremadamente erótico se convirtiera en una inoportuna sangría. Al acabar se miró en el espejo y se rió al tiempo que decía ahora es mi turno. Me tumbé sobre la cama y empezó a pasear la cuchilla sobre mis ingles. Enjuagaba en un vaso con agua y volvía a pasar. Así durante unos instantes en los que mi pene erecto no hacia mella en su concentración. La miraba con expectación. Labios apretados y ojos fijos en la zona, veía sus muecas como si estuviera quedando satisfecha con el resultado. Al finalizar me pasó la toalla para quitarme los pelos y el jabón y acto seguido me la chupó. Una felación tan rítmica y sensual que hizo que temblara. Apunto de correrme estuve en un par de ocasiones pero me contuve. ¡Deseaba que eso durara durante horas! Y yo quise comprobar también mi trabajo así que la recosté en la cama y me puse a lamerle el clítoris. Y así, a cuatro patas sobre ella, empezamos a darnos placer oral mutuamente.
Fuera se oía la lluvia por la ventana abierta. La tele llevaba apagada desde el comienzo del juego del ¿te atreves....? Y llegamos al orgasmo. Indescriptible al menos para mi. Lancé un gemido que llevaba aguantando bastante tiempo para que el placer fuera mayor y más duradero. Algo que debió escucharse en las habitaciones contiguas. Pero eso, en ese momento, me daba lo mismo. Me giré y le di un beso en los labios. Un largo beso que no hizo más que mantener la erección pese a que me acababa de correr. Nuestras lenguas jugaban, los labios eran mordidos por unas bocas llenas de deseo. La cogí de la mano y la llevé a una mesita que había cercana a la ventana. Redonda de un metro de diámetro aproximadamente en la que había papeles del hotel y del viaje. Lo tiré todo al suelo y ella se recostó sobre la mesa. Y allí la penetré. Me movía muy despacio, lamiendo su cara llena de sudor por el insoportable calor de aquel bochornoso día. Con el sonido de la tormenta en nuestros oídos le susurraba palabras de amor. Gotas de sudor resbalaban también por mi cara y caían sobre sus pechos, los cuales mordisqueaba suavemente. De pronto empecé a imprimir velocidad a la penetración y la mesa se tambaleó. La madera de la que estaba hecha crujía y nos reímos pensando que acabaríamos en el suelo. Pero no fue así. El olor de las flores mojadas, de la lluvia y de la humedad del ambiente hizo único ese momento en el que llegamos ambos al clímax al mismo tiempo y un te amo resonó a la vez que un trueno desgarrando el cielo oscuro de Lyon.
Tumbados, desnudos y abrazados, sobre la cama veíamos la tele sin encender. Y nos quedamos dormidos. Despertamos unas horas después. No nos apetecía salir así que ella bajó al bar del hotel y compró un Perrier y una coca cola. Indignada llamó a la puerta para que le abriera. 20€ le habían cobrado y con una sonrisa en la boca le dije...pues para desquitarnos nos lleváremos el vaso. Ese fue el primero de una gran colección. Cenamos los restos de queso y paté que quedó de la comida y dejamos que una película en un idioma que apenas entendíamos nos entretuviera un rato hasta que nos entró sueño.
Al día siguiente partimos hacia Niza. La soleada Costa Azul nos esperaba. Mejillones "a volonté", mojitos y playas de piedras enormes. Pero esa es otra historia. Esta va de Lyon y de la tormentosa estancia en un lugar bonito pero que realmente no vi demasiado, una ciudad en la que viví la pasión y el sexo de una forma especial. Tengo que volver. Sin duda.