Hace mucho tiempo quise leer a Dante y su Divina Comedia. Hace años que me atraia la idea de sumergirme en ese periplo que él mismo, junto a su venerado Virgilio, hace a través del inframundo para llegar al ansiado paraíso. Pero como sucede con todos los libros siempre hay un momento idóneo para leerlos, cuando la mente realmente esta preparada para ello y el alma es más receptiva a las palabras. Y ese instante aún no había llegado. Pero probablemente lo empiece a leer dentro de muy poco ya que creo que llegó ese día. Y estoy convencido porque ayer por la mañana, haciendo pesas, una canción sonó de pronto y me di cuenta de algo en lo que no había pensado demasiado. Ahora escucho esa canción una y otra vez mientras dejó salir todo esto que mi corazón retenía sin saber muy bien si publicarlo o no.
Dante divide su Comedia en tres partes. Infierno, purgatorio y paraíso. Ya conté hace meses mis devaneos en el Infierno y como pude salir de allí. Creyendo en el amor, deseando volver a amar y sosteniendo una descabellada idea. Todos tenemos, en algún lugar, una pareja que envejecerá a nuestro lado. Esa fue mi puerta de salida del averno. Ahora me encuentro en el Purgatorio. Un lugar para expiar todos mis pecados. Días de una terrible tristeza suceden a días de una ilusión tremenda. Sin un término medio paso de la alegría al lloro en pocas horas y eso es debido a que sigo recorriendo la montaña en la que por sus siete terrazas intento poner en paz mi alma. Los siete niveles corresponden a la lujuria, la gula, la avaricia, la pereza, la ira, la envidia y la soberbia.
Y yo he cometido cada uno de estos pecados.
Dante y en general la Iglesia ordena los pecados de esta forma de menor a mayor importancia. Pese a que no estoy de acuerdo con el orden establecido lo seguiré en mi camino de purificación.
La lujuria. A finales de Agosto de hace un tiempo me encontraba en Sitges. Las fiestas del pueblo hacían que las calles estuvieran atestadas de gente divirtiéndose. Después de un día de playa salimos a cenar. Una botella de vino en el restaurante, unas copas después en una terraza, unos chupitos de no se que brebaje que preparaban en la calle, más copas en garitos, en fin que íbamos contentillos. Al ir al hotel para tirarnos en la cama y caer desmayados sugerí una cosita. ¿Te apetece que follemos en la playa? Y para convencerla más puse mi cara traviesa y la di un beso lleno de pasión y babas, de esos que metes la lengua hasta el gaznate. Fuimos de la mano hasta la playa y nos desnudamos. Me tiré en la arena y ella se sentó encima. Cabalgó sobre mi mientras veía como la gente nos observaba desde las terrazas de sus casas. Yo no me fijé porque mis ojos estaban en el movimiento de las tetas, y en retardar todo lo posible la eyaculación para disfrutar algo más ese momento tan morboso. Ella me narraba con voz entrecortada como la gente curiosa contemplaba nuestra pequeña travesura y una mirada de lujuria se pudo ver en mi rostro. El primer pecado se había cometido, mi alma ya estaba condenada.
La gula. Un viernes llegué a mi casa a las 2 de la tarde y escribí un mensaje. ¿Qué te apetece de comer? A los pocos segundos recibí una respuesta. Tengo mucha hambre. Haz lo que quieras porque me comería lo que fuera. Una idea me vino a la mente.....¿no te encantaría poder comer todo lo que quisieras durante un día entero? Y se lo mandé en otro mensaje. Su respuesta no se hizo esperar. ¿Qué tramas Ru? Ella ya sabía que por mi imaginativa mente algo se barruntaba. Nada, dije yo, pero ¿por qué no hacerlo? ¡un día es un día! La conversación siguió hasta las tres de la tarde mientras hacia unos macarrones con tomate y ella iba a comprar algo de postre. El caso es que también hice arroz, unos huevos fritos, nachos con queso, corté unas patatas para que hiciera una tortilla al llegar. Y alguna cosa más que no recuerdo. La mesa estaba repleta al llegar ella sin embargo otra cuestión se asomó a mi desquiciada mente. Y esto ahora da un giro un poco lujurioso. Doble pecado. ¿Por qué no comemos el uno sobre el otro? Sin duda, la generación de Dante y sus secuaces me tacharían de tener una mente retorcida y pasaría mis días en una celda de castigo sino quemado en alguna hoguera por hereje. En fin, que la cosa se ponía interesante. Un viernes en pleno invierno, a las 4 de la tarde, me tumbé desnudo sobre la mesa grande del salón cubierta con un mantel de tela. Y allí mismo derramó parte de los macarrones sobre mi cuerpo y sin cubiertos empezó a comer mientras yo estaba loco de deseo. No duré mucho así y enseguida la tiré a ella sobre la misma mesa y con la tripa y su sexo embadurnados de tomate y macarrones la empecé a lamer. La gula y la lujuria se apoderaron de mi ser y durante ese día no paramos de comer y follar, cosa por la que fui condenado a vagar por el segundo nivel del Purgatorio.
La avaricia. No soy una persona muy avariciosa pero si que hay algo que despierta ese sentimiento en mi corazón. Cada mes de Agosto ocurre que deseo, con todo mi ser, que el periodo de vacaciones jamás termine. Es avaricia pura y dura. Si tan sólo me fuera diez días querría que fueran veinte. Algo superior a mi, que no puedo controlar, despierta. Y al acabar mi mes de asueto hubiera matado porque las vacaciones no finalizaran nunca y lo digo seriamente. Vendería mi alma al diablo si me garantizara un Agosto eterno. Así que tampoco estoy libre de este tercer nivel, la condena se alarga.
La pereza. Dentro de este pecado se reúnen un sinfín de conceptos. Esta la vagancia, la tristeza, la apatía, el tiempo ocioso sin hacer nada más que estar tirado. En fin, antiguamente era algo más espiritual pero ahora engloba multitud de pequeñas cosas. La pereza ha estado presente en varias etapas de mi vida. La apatía, la odiosa falta de ilusión o ganas de hacer algo ha dominado muchos días en mis 36 años de existencia. La etapa más cercana de desidia podrían ser los meses de octubre y noviembre pasados en los que sólo me tumbaba en la cama dejando pasar las horas. A veces llorando, a veces simplemente embobado mirando el techo y suspirando. Fueron días de absoluta dejadez. Días en los que cometí un nuevo pecado mortal siendo un hombre sin ilusiones ni ambición alguna.
La ira. Una noche veía la tele en el salón. Ella se había ido a la habitación. Habíamos discutido. En vez de dejarlo estar y calmar los ánimos quise guerra. Fui a verla y expuse mi opinión que evidentemente no era coincidente con la suya. En un momento determinado dijo algo que me irritó tanto que de pie delante de la cama mientras ella me observaba tumbada agarre el cuello de mi camiseta del pijama y la rompí desagarrándola. Algo del estilo de Hulk Hogan para los que en algún momento hayan visto los paripés del pressing catch. Mientras despedazaba la camiseta grité. Fue un grito de rabia, de impotencia, de ira. Al terminar ella me miró con los ojos como platos. Y me dijo incrédula.....¿te has roto la camiseta del pijama? Yo me miré y vi la parte de arriba de mi pijama de marinero hecha trizas y sólo pude decir, si la he roto. Entonces fui al salón y me tiré en el sofá temblando aún por lo que había hecho. La ira se había apoderado de mi por unos segundos. De pronto rompí a llorar.
La envidia. Este episodio ocurrió hace muchos años en La Manga del Mar Menor. Estaba en la terraza de la casa de mis padres mirando el mar y la playa. A lo lejos veía a mi hermano tumbado en su toalla y al lado estaba Maite. Boca abajo, seguramente dormían echándose la siesta. En ese instante sentí una envidia tremenda. Mi hermano, cuatro años menor que yo, tenía pareja. ¿Por qué cojones yo no tenía a nadie a mi lado?¿Por qué yo no estaba en la playa abrazado a una mujer que me amara? Envidié a Dani, maldije su jodida suerte y deseé ser él.
La soberbia. Apenas llevaba trabajando con ella un mes. Mujer con carácter e hiperactiva con la que al principio tuve mis desavenencias. Una especie de tira y afloja hasta llegar a un punto intermedio en el que los dos nos dimos por satisfechos. Todas las noches bromeaba con ella diciéndola que no sabía cocinar ya que nunca la vi cenar algo que no estuviera ya preparado. ¡Seguro que yo cocino cualquier cosa mejor que tú! Le mencionaba entre risas. Sin embargo aunque yo lo decía en tono jocoso y ella se lo tomaba de esa forma, en el fondo si que creía que no tenía ni puñetera idea de cocinar. Una tarde, al empezar nuestro turno la veo aparecer por la puerta y me dice, he traído algo para ti. ¡Que bien, un regalito! ¿Qué es? Sacó de su bolso una bolsita con varias tarteras. He pasado la mañana cocinando para ti, para que veas que si se hacer algo. Me había traído para que probara unos dulces de su país. Unas galletitas y un bizcocho típicos de Rumania. Me dejó sin habla. Después de cenar probé lo que me había hecho y se asomó por la puerta de la cocina. ¿Qué tal, te gusta? Si, esta muy bueno. Y con una sonrisa en su cara me dijo, que no cocine aquí no quiere decir que no sepa hacerlo. Esa noche me di cuenta de que hay que ser más humilde. Juzgué a esa chica y me creí mejor persona que ella. Y en ambos casos me sorprendió, sabía cocinar y lo hizo para mi. Caí en el último de los pecados. La lista estaba completa y mi estancia en el Purgatorio sería larga, muy larga.
¿Y cuál ha sido la chispa que ha desencadenado el decidir escribir sobre algunos de mis pecados? Ayer, haciendo un curl de bíceps con barra, de pronto una canción hizo que dejara de contar las repeticiones de la serie en la que me encontraba. "Human" empezó a sonar y algo dentro de mi saltó. Escuchando a The Killers me di cuenta de que sólo soy un ser humano. Lloro, me emociono, juzgo, tengo curiosidad y me hago preguntas. Me cabreo y grito. Deseo lo que no poseo. Me escondo cuando tengo miedo. Y pensé que la mejor manera de afrontar lo que soy es admitiéndolo. Por eso me he puesto a escribir sobre mis debilidades y vicios. Algunos de mis pecados capitales.
Quizá la canción no tenga mucho que ver con lo que he contado pero la pregunta del estribillo fue la que hizo click en mi cerebro y darme cuenta que todo tiene un punto de inflexión. ¿Llegaré al paraíso? Quien sabe. Lo único cierto es que ayer mi corazón bombeaba con más fuerza que nunca y después de unos instantes de introspección sentado en el banco de pesas puse un kilo más en cada lado de la barra y volví a mis repeticiones con una inusitada determinación. Salir de una puta vez del jodido Purgatorio.