Dejó el sucio trapo en el lugar que lo encontró, una pequeña caja de madera, y miró hacia el baúl que había a su lado. ¡Maldita sea la estampa de Johnny el cojo! Gritó en medio de la Gruta de los Olvidados.
Un año antes se encontraba en una taberna, bebiendo a mansalva junto a su, por aquel entonces, compañero de juergas. Johnny, apodado el cojo por la falta de la pierna izquierda, era un viejo marino. Curtido en mil batallas, dedicaba el tiempo a beber y a contar locas historias a quien quisiera oírlo.
- Amigo mío, brindemos por todas las sirenas del mundo.
- ¡Bien dicho, Johnny! ¡Bebamos por ellas, porque nos sigan volviendo locos y nos torturen con sus bonitos cantos!
- Aún recuerdo aquella pelirroja que llenó mi corazón y vació mi bolsillo. ¡Qué mujer! La muy zorra sabía moverse.
- ¡Vamos John, un trago por la pelirroja!
- ¡Por sus besos y sus caricias, por sus largas piernas y por sus grandes pechos!
Rubén y John, borrachos, bebían y reían. No importaba más que ese instante, ese momento en el que el ron fluía por sus venas.
De pronto John, se acercó a Rubén y en un susurro casi inaudible le dijo....
- ¿Quieres que te cuente algo que me sucedió siendo un grumete en el Mar de los
Sargazos?
Rubén, siguiendo el juego, se apoyó en la mesa aproximándose más a la cara del cojo sintiendo su aliento a alcohol al escuchar su siguiente frase.
- Estando de ayudante del calafate en "El Dorado" me aconteció un hecho tremendamente extraño.
- Johnny, ¿no me dirás que viste a una sirena de verdad?
- Conquistador, esto es serio y tan real como que no tengo un sólo diente sano en mi maldita boca. Una oscura noche sin luna me encontraba en la cubierta comiendo unas sobras de la cena a escondidas, abstraído en darle buena cuenta al caldo que había sobrado no me percaté del oficial que se acercaba. Tuve la suerte de que antes de que me viera pude escabullirme por una escotilla, yendo a parar a un camarote en el que había un hombre postrado en la cama. Tenía el cuerpo lleno de llagas. Unas pústulas que me hicieron echar hacia atrás en cuanto las vi. Pero por temor al oficial no salí de allí. Ese hombre habló en sueños, o quizá deliraba por la fiebre. El caso es que empezó a contar una historia inverosímil. Dijo que había un tesoro escondido. Un alijo impresionante de oro y joyas, escondido por nuestro venerado Barbanegra.
- ¡Eso es tan leyenda como el jodido Kraken! ¿De verdad te lo creíste Johnny?
- Mencionó la Gruta de los Olvidados.
Al oír esto, Rubén bebió de un trago lo que restaba de su copa.
- Explicate cabronazo. ¿Cómo sabía él lo de la gruta?
El cojo le contó la historia. Una increíble secuencia de hechos fortuitos que llevó al hombre que yacía, moribundo, en la cama a conocer el secreto del tesoro perdido de Barbanegra.
Tres días más tarde Johnny moría en una trifulca en una casa de juegos ilegal intentando ganar unas monedas para pagarse la siguiente borrachera.
Después de un año buscado ese recóndito lugar, el conquistador lograba adentrarse en la cueva y, sorprendido, toparse de bruces con el cofre del tesoro. Sus sueños de riqueza y gloria comenzaban.
Pero la nota le devolvió a la realidad. ¿Cómo abriría el jodido cofre?
Ella tenía el arma en la mano. Ensangrentada. Miraba el cuchillo como si no fuera posible que estuviera en sus manos. Y se sentó. Miraba sin observar, ida. Entonces una lágrima recorrió su rostro. Había apuñalado a Rubén.
Él estaba tirado en el suelo. Se agarraba el estómago sujetando las tripas que se le salían. Las manos no le daban a basto, se le salía el alma. Se le escapaba poco a poco. Apenas podía mantenerse despierto sin desmayarse, y antes de expulsar su último extertor, escupió una pregunta junto a un montón de sangre. ¿Por qué lo has hecho cosita?
En el suelo el charco oscuro, de un tono rojo tirando a marrón, se hacía cada vez mayor. Lo envolvía todo. Rubén se desangraba. Rubén se moría.
Esta es una historia de fantasmas, la mía. Estoy muerto. Flotando, alrededor de mi cuerpo sin vida, mi espíritu ve la dantesca escena y me pregunto, ¿como sucedió todo?
La respuesta me viene como por arte de magia. Se donde comenzó y quisiera volver atrás. Sería maravilloso volver a aquel día, en un hotel de San Sebastián junto a la playa de La Concha. Ese día en el que todo empezó a desvariar de tal forma, tan calamitosa y surrealista, que ha hecho que yo termine con mis tripas por los suelos y ella con un cuchillo teñido de rojo en las manos.
Corría el mes de Agosto de.....
Intento decidir que contar. Dos pequeños relatos. Dos historias que son una misma. Sin embargo hay una tercera que no quiero dejar fuera.
Hace unos días me encontraba buscando una fotografía, una que deseaba publicar en mi perfil de Facebook. Sabía que la tenía por algún lado, pero no podía ubicarla en el tiempo. Anduve buscándola durante horas sin éxito alguno pero me topé con otra.
Un Rubén mucho más joven, cuya mirada se pierde en algún punto indefinido. Pensativo. Hablando conmigo mismo quizá. El lugar era propicio para ello, un sitio que vió muchos juicios en el pasado. En ese punto eran juzgadas muchas personas. Llevado por el aura y el aire impregnado de todas esas gentes sentenciadas, como si tuviera una premonición, me sometí a un proceso contra mi propia alma. Antes de que nada sucediera, antes de que nada pasara, yo tuve la posibilidad de escuchar mi corazón.
Eso es lo que sentí al volver a ver esa foto. Una instantánea de hace 8 o 10 años. Íbamos a visitar el monasterio de El Paular, y paseando por la ribera del Lozoya pasamos por el puente de El Perdón. Y ahí, en un descuido por mi parte, me hicieron una foto. Una imagen robada, puede que la más íntima por ello.
¿Por qué es importante ahora? Me encuentro en ese estado de reflexión. A solas mi alma y yo. Debatiendo si salgo absuelto de esta querella contra mi propia vida o si me llevan reo por el puente hasta los calabozos. Los cargos, mi insensatez, mi desidia, mi absoluta dejadez ante una vida que se me abría ante los ojos y dejé escapar.
Son tres historias con algo en común, yo. Mi alter ego, el capitán en busca de aventuras. Mi pasado, el hombre apuñalado. Y el más actual, el ajusticiado en busca de redención.
No puedo olvidar a ninguno. Rubén el conquistador, que busca su tesoro. Lo que guarda ese misterioso cofre no es otra cosa que el bien más preciado, el amor. El fantasma que recuerda el pasado, saber de donde ha venido, conocer los errores que le llevaron hasta la muerte. Y el juez que a la vez es el fiscal acusador y el acusado que se defiende. No, no puedo obviar a ninguno.
¿Qué historia debo contar?
¿Logrará el conquistador abrir el cofre?¿Qué diablos habrá ocurrido en San Sebastián para que un fantasma deambule hasta allí?¿Será posible algún día que el juicio a Rubén acabe?
Supongo que toda buena historia tiene un final incierto, así que dejaré para más adelante la continuación de ellas. Eso si, mostraré esa foto que me ha llevado a escribir la entrada de hoy. Una imagen de una primavera de hace algunos años, cuando yo era más inocente y mi corazón no había sido roto en mil pedazos.