Me encontraba entre los pasillos del Abercrombie & Fitch del centro comercial del hotel Caesar Palace, en Las Vegas. Cuando llegamos a la tienda llevaba ya un rato dando vueltas mirando escaparates, admirando la belleza de ese mundo irreal, llamado The Forum Shops, cubierto por un cielo azul de pega que escondía al aunténtico, mucho más luminoso y de un azul más....azul y cálido.
Seguramente mi asombro tuviera cierta mirada nostálgica y triste. Es probable que caminara con algo de desgana por los pasillos del centro comercial, suspirando de vez en cuando y apretando fuerte la mano de quien dejaba que me guiara por aquel laberinto lleno de bonitos escaparates. Ese día era uno de los últimos que pasaría de vacaciones y quizá esa fuera la última compra que haría ese verano.
Sin embargo esa melancolía se mantuvo fuera de las puertas de la tienda. ¿Por qué me gustaba tanto ese lugar? El ambiente oscuro, la música bien alta, gente por todos lados, chicas guapas doblando ropa. No se, es un cúmulo de pequeñas cosas que hacen que probablemente sea la tienda en la que pasaría algo más de 20 minutos sin cansarme.
Pues bien, yo seguía dando tumbos entre salita y salita de la tienda sin saber muy bien que comprarme en esa ocasión. Y de nuevo volví a por la camisa, la desdoblé para verla mejor. ¿La pillo? Pregunté a mi acompañante. Ella asintió con la cabeza, y pronunció unas palabras para convencerme. Llevas mucho tiempo queriendo comprarla, hazlo. ¡Llévatela!
Y era cierto, esa camisa la había visto cuatro o cinco años antes por primera vez. Me enamoré de ella a primera vista.
Una bonita tarde de Agosto paseando por el centro de Santa Monica me entró frio. Se había levantado algo de viento y tan sólo llevaba una camiseta en lo que debía ser un día caluroso de playa. Pero no fue así, hacia una rasca importante pero no quería volverme aún a Los Angeles así que cuando andando por la avenida peatonal me topé con una tienda de Abercrombie no me lo pensé dos veces y entré a mirar alguna cosa que me abrigara. Nada más traspasar la puerta, un chico con una enorme sonrisa nos saludó. Hi, how are you doing? Yo respondí con otra sonrisa y un tímido hi. Fue entonces cuando tuvo lugar el flechazo. No, no soy gay. Ese sentimiento no era causado por la mirada de ese tio de cuerpo escultural. Fue algo realmente extraño, ese chico llevaba unos vaqueros ajustados y una camisa de cuadros. Era roja de pequeños cuadritos azules y manga larga que llevaba recogida a la altura casi del codo. Es muy raro en mi, pero en ese preciso instante tuve la imperiosa necesidad de tener esa camisa. La quería, deseaba ponérmela. ¿Por qué esa camisa? Me he preguntado en varias ocasiones. Hay muchas de ese estilo, con cuadros de distintos colores y tamaños. Y sin embargo era esa la que ansiaba tener, no cualquier otra. Aquel día busqué ese modelo, miré las tallas. Cogí la S pero no me la probé. Quizá hacia demasiado frío para comprármela en esa ocasión en la que necesitaba algo que abrigara un poquito más, me dije devolviéndola a la percha y colgándola de nuevo. Entonces, volviendo a lo que me había llevado a la tienda en un primer momento, fui a la sección de sudaderas y vi una que me gustó de color beige, y sin dudarlo ni un instante pagué y al salir de la tienda le quité la etiqueta y me la puse. Ahora ya no sentía el frío viento en mi cuerpo, pero durante unos minutos no pensé en eso. En mi cabeza rondaba una idea, reservar 79$ para comprar esa camisa cuando viera otra tienda de Abercrombie & Fitch.
Pero la vida a veces es muy curiosa, y pese a que después de Santa Monica estuve en bastantes ciudades en las que había un A&F y siempre me dejaba caer por allí, nunca compré esa camisa. Así llegué a ese instante de hace casi dos años en el que en medio del barullo de la tienda de Las Vegas, llena de gente, me debatía entre dos opciones. ¿La compro o no? Ese dilema existencial que venía persiguiéndome desde hacía tanto tiempo quedó resuelto como despacho casi todas mis dudas, dejándolo para más tarde. Bueno, dije, si al final no me compro nada en el outlet cuando vaya, me pillo la camisa el último día.
Ayer pensé en ello de pronto. Sentí curiosidad por saber cual era el motivo de no haber comprado nunca esa camisa y me he dado cuenta de que hago algo muy similar con las mujeres.
He conocido a algunas personas interesantes en el último año pero en especial me he encontrado a tres o cuatro chicas con las que me entiendo bien, personas muy agradables por las que sin duda me preocupo y siento algo así como cariño. Bien, diréis, ¿y cuál es el problema? Pues que jamás las he visto en persona aunque ellas me han dejado claro que quieren verme y abrazarme como hacen los amigos de verdad. Alguna vez me dicen que no lo entienden, incluso me preguntan si es que no tengo interés en que seamos amigos. Y nunca supe explicárselo a ninguna de ellas de una forma satisfactoria. Tan sólo, después de divagar por los distintos motivos que se me ocurrían, podía decir...yo soy así.
Pienso en esa camisa que siempre dejé colgada en la tienda, que ni tan siquiera me probé una sola vez y me pregunto, ¿es posible que en el fondo tenga miedo de tenerla en mi armario?¿será que creo que a mi jamás me quedará igual que al maniquí o al tío de la tienda de Santa Monica?¿quizá prefiero que se quede en la tienda y soñar?
Es inevitable extrapolar, y meditando sobre todo esto cuestionarme algo. ¿Antepongo los sueños a la realidad?¿Escojo el camino más sencillo en vez de enfrentarme al mundo tangible y real?
El recuerdo de esa camisa roja de cuadritos azules me ha entristecido un poco, pero los pensamientos se desvanecerán con el tiempo para formar parte del aire que nos rodea y seguiré siendo un niño soñador que un día se enamoró de algo que tenía un miedo terrible de poseer.
Por eso escribo la entrada de hoy, para recordarme cuando lea estas palabras que la vida no sólo es cerrar los ojos e imaginar que soy un pirata, o soñar que una preciosa chica me vendrá a buscar, me cogerá del brazo y me dirá, ¡eh tu! Si tu, el estúpido que sólo sueña. ¡Ven aquí y bésame!
No, creo que eso no sucederá nunca y supongo que en algún momento tendré que enfrentarme a mis miedos y mis deseos y entrar en Abercrombie, comprar esa maldita camisa y ponérmela para ir a cenar con una de esas amigas a las que tanto aprecio.
Quizá mañana.