Seguidamente he ido a mi móvil y me he puesto algo de música. Es mi peyote particular, pero al contrario que éste, no amarga la boca sino que me conecta dulcemente con mi mundo interior. Durante un par de minutos he cerrado los ojos dejando que los sonidos se introduzcan a través de los poros de mi piel y se entremezclen con los glóbulos rojos para ser transportados a todas las partes de mi imperfecto cuerpo. En ese tiempo, necesario para que las notas lleguen desde mis oídos a las yemas de los dedos, he volado hacia otros lugares en los que las percepciones cambian y los sentimientos afloran. Una lágrima cae, otras muchas siguen a esa primera.
Mis dedos, ahora, se posan sobre el inexistente teclado del iPad. Resbalan sobre la superficie del cristal, fría y suave, sin saber muy bien a qué recóndito lugar de mi alma me llevarán las palabras que empiezo a teclear sin demasiado sentido aún.
Hace diez días me encontraba en la cama de una mujer, ella no era una niña cualquiera. Inocentemente se podría decir que era una chica de vida alegre, otros menos ingenuos en cambio dirían que era una simple puta. El inexcrutable azar había hecho que nuestros hilos de la vida se entrelazaran un par de meses atrás. Sin embargo yo no estaba allí en calidad de cliente suyo, sino que esa mañana al despertar necesité imperiosamente a alguien que me abrazara y sabía que ella lo haría con afecto. Esa extraña amistad se había fraguado en base a una serie de confesiones más o menos íntimas al resguardo del anonimato que suponen los mensajes de whatsapp.
Tumbado en esa cama me pregunté cuantos hombres con sus fantasías habrían pasado por ella. Curioso cómo soy no me pude contener y le pregunté. Mi mente, entonces, deambuló durante un buen rato entre las imágenes de las historias, que esa mujer que ahora miraba mis ojos, me narraba. Fue en ese preciso momento cuando me di cuenta de que el ser humano está encorsetado. Enjaulado bajo unas normas y comportamientos que oprimen sus entrañas y que algunos deben liberar de alguna forma u otra. Todo el mundo tiene derecho a soñar, ya sea con mujeres embadurnadas en tomate o con chicas duchándose con ropa. Durante un rato ella y yo debatimos sobre la conveniencia de dejar que esas fantasías, normalmente bastante retorcidas y truculentas, las realizaran las propias parejas de los que allí venían. ¿Hasta qué punto uno puede ser sincero con su alma gemela?
Filosofamos toda la mañana sobre diversos temas. En un momento dado alguien se escuchó tras la seguridad de aquella puerta que, cerrada, guardaba todas las confesiones de tantos y tantos hombres. "Espera, que tengo que hablar con mi compi." Me dijo, interrumpiendo nuestra conversación. Al volver, yo le pregunté algo bastante estúpido. "¿Pero, y ella es puta también?" No llegué a verla pero la sola presencia de otra mujer, en la misma casa, que también se dedicaba a dar placer a los hombres me excitó. "Claro", me contestó. Añadiendo un..."pero ella es mucho más fea que yo". Reimos.
Ambos estábamos desnudos, necesitaba sentir el calor humano. Esa mañana mi intranquila alma requería ese contacto entre dos cuerpos. Piel con piel. Ella yacía en la cama de lado y yo le hablaba mirando su espalda. Abrazado a ella. De pronto comencé a llorar. No fue una gran llorera, simplemente unas pocas lágrimas derramadas por la tristeza que invadió mi corazón al darme cuenta de algo enormemente devastador.
Un Minnesänger canta sobre el amor idílico. Eran trovadores germánicos que creían que existían dos formas de amor, el carnal y el del alma. Estos poetas y músicos iban de corte en corte lanzando sus rimas y versos a toda dama que quisiera escucharlos. Enamorando a muchas de ellas con tan solo recitar al pie de sus castillos y palacios sus dulces, ingenuas y melancólicas letras.
"Un doble empeño me atormenta;
amor carnal o amor sublime,
¿en quién debo confiar?
¿Canto o no canto a las mujeres
mientras dura mi existencia?
Tengo muchas razones, y de peso,
para no cantar ya más.
Pero sigo, pues mi apetencia de amor y juventud
me alecciona, me incita, me arrebata."
Estas palabras escritas por un famoso trovador llamado Raimon de Miraval dan buena cuenta de las tribulaciones de alguien que vive para y por el amor.
¿Te tiras a todo lo que se pone a tu alcance o sigues enamorado del amor?
Esa pregunta me vino a la mente mientras una exuberante mujer me mostraba su culo, como gesto indudable de amistad entre ambos, avivando mi libido en aquel pequeño lupanar en el que me encontraba. Fue entonces cuando le di un beso en su espalda, la abracé y solté esas lágrimas que afligían mi alma. Ella me entendió al instante. Hacía tiempo había transitado por esos parajes llenos de decepciones, pesares y angustias que es el camino hacia el amor. Sin embargo, ella optó por dirigir sus pasos hacia otros lugares con menos quebraderos de cabeza. Una puta tiene que dejarse de chorradas sensibleras no porque no posea un corazón capaz de amar sino porque es incompatible con una vida en pareja.
Y en ese preciso momento, en el que me hice esa condenada pregunta, me di perfecta cuenta de que soy un puto trovador. Un maldito tipo que aún cree en los sentimientos que trascienden el alma y van más allá de cualquier lugar y tiempo. Un estupido que está enamorado de ese jodido concepto que es el amor verdadero y puro. Me llamo Rubén y soy minnesänger. Pobre gilipollas.