La mano se apoya suavemente en mi pierna mientras sus ojos se deslizan sin prestar demasiada atención por la gente que a través de la ventanilla observa como sombras de un mundo ajeno al nuestro. De pronto gira su cabeza hacia mi, me mira a los ojos y sin decir una sola palabra besa mis labios. Tierno. Dulce. Casto. Un beso de esos que no esperas, uno que te eriza la piel y hace que el planeta entero se detenga de golpe. Instintivamente cierro los ojos al juntar sus labios con los míos, sintiendo muy dentro de mí como los sentimientos fluyen de un cuerpo a otro. Un intenso intercambio de sensaciones que termina por hacer que abra los ojos para mirarla detenidamente al tiempo que las primeras luces se asoman por el gran ventanal del autobús. Sonrío y digo...¡Ya están!¡Las luces de Navidad!
Nervios. Mucha impaciencia. Una excitación creciente que culmina al bajar del autobús y mirar hacia el gran árbol iluminado que adorna la plaza. Cojo su mano enguantada y la llevo rápidamente a su base, saco el móvil del bolsillo y besándola en la mejilla hago una foto de ambos con el enorme árbol de fondo.
Quiero esa foto, deseo esa foto, anhelo esa foto.
Solo queda sentarme, cerrar los ojos y soñar.
Me despierto por la noche. Me meo. Si, tengo unas ganas tremendas de hacer pis. Voy al baño tanteando la pared, sin apenas abrir los ojos. Al girar el picaporte de la puerta me detengo un instante, huelo a ella. El perfume que ha quedado impregnado en su ropa y que unas horas antes había dejado tirada en el baño en un momento de pasión repentina ha llenado toda la habitación. Respiro profundamente y sonrío. Adoro ese olor, suave y afrutado. Sutil.
De nuevo en la cama acaricio su pelo y ella se despierta. Gira su cabeza y con los ojos entornados me susurra un hola. Yo no puedo más que abrazarla y tras pegarle un pequeño mordisquito en su oreja decir...Duerme cielo, aún es pronto.
Mientras miro las sombras cambiantes en el impoluto techo, pienso. Escuchando su respiración cada vez más profunda, siento. Apagando lentamente esos sentidos, sueño.
Solo queda sentarme, cerrar los ojos y soñar.
Sumidos en un buen atasco me acomodo en el asiento del conductor y subo un poco el volumen de la radio. A los pocos minutos una canción empieza a sonar y ella tararea. Miro su perfil, observo como ladea la cabeza y mira al coche de al lado distraídamente. Su mano de pronto se dirige a la rueda del volumen, lo sube y empieza a cantar. Ese gesto me distrae hasta tal punto que el coche de atrás me da las largas para que continúe una decena de metros. Ella sigue cantando ajena a todo, su voz inunda el coche. Mi alma se encoge y aprieta para luego expandirse hasta el infinito y estallar a modo de big bang estelar. Una explosión de amor, deseo y ganas de estar dentro de ella, bajo su piel, en sus entrañas. Su voz hace que me pregunte...¿Existe la felicidad absoluta? De ser así, debe parecerse mucho a esto. Me digo al tiempo que cojo su mano, la acerco a mis labios y beso su palma.
Cuentan las leyendas que Rhiannon era una mujer de una belleza increíble. La gran reina del mundo de las hadas, hija de un dios del inframundo, podía desenvolverse igual de bien en el lado de los vivos como en el de los muertos. Un día decidió salir de su confortable mundo e ir a parar al nuestro, entonces algunos la llamaron la reina de Mayo. Los antiguos druidas y magos encendían hogueras el día de Beltane en su honor, conmemorando la primavera, el reverdecer de los campos y el renacer de la vida tras el largo invierno.
Allá, en el norte, los fríos mantenían la vida en un horrible letargo, el corazón prácticamente se paralizaba en su continuo latir y todo, incluso el amor, permanecía a la espera. Todo se detenía en el tiempo hasta que los primeros rayos del sol de la primavera calentaban esas tierras. La reina de Mayo salía de su oculto escondite y cabalgando desnuda en su precioso corcel iluminaba el mundo.
Estos días estamos a punto de entrar en el oscuro invierno, y hoy quiero pedir un favor a Rhiannon si por casualidad estas palabras le llegan hasta su misteriosa morada.
Bella dama de largos cabellos, señora de la vida y reina de la luz, no dejes que mi alma hiberne y se oscurezca pese a la llegada del frío. No permitas que deje de soñar, tan solo me queda eso.