Un ruido ensordecedor heló la sangre de Rubén al darse cuenta de donde provenía. Los franceses acababan de lanzar un cañonazo desde su costado de estribor. La gran bola que atravesaba la corta distancia entre los dos buques silbó en el aire yendo a parar justo sobre su cabeza, partiendo el palo de la vela que, desplegada, caía sobre la cubierta. Miles de astillas salieron volando, con la mala fortuna de que una de ellas se clavó en el hombro derecho del Conquistador. Rubén aulló de dolor e intentó llegar con la boca a la afilada astilla. Demasiado lejos para sacarla, se revolvió furiosamente pero apenas pudo moverse, ya que aún seguía atado al palo destrozado por el cañonazo. De pronto se dió cuenta de que un joven yacía a su lado llorando sobre un enorme charco de sangre. Otra de esas balas de 24 libras que despedían los cañones del mercante francés había amputado su pierna y el desconsolado chaval no paraba de gimotear viendo que se desangraba.
- ¡Eh, chico!
El muchacho levantó despacio su cara manchada de sangre y lágrimas.
- Ayúdame, acércate y desata el nudo que sujeta mis manos.
- ¡Me muero! ¡No puedo aguantar este dolor! Contestó el pobre chaval.
- Hijo, haz ese esfuerzo. ¿Quieres morir como un cobarde? Libérame y podré ayudarte a cortar la hemorragia. ¡Somos piratas, luchamos hasta la muerte!
El chico se quedó pensativo unos instantes. Recordó las viejas historias que le contaba su tío sobre valerosos corsarios. Esta era su oportunidad de ser parte de una de esas historias, todo cuanto había soñado desde niño. Fortuna y gloria. Empezó entonces a arrastrarse los pocos metros que le separaban del Conquistador.
- ¡Muy bien, muchacho! ¿Cómo te llamas?
- Peter, señor. Peter McKnee.
- Yo soy Rubén, y juntos nos haremos con ese maldito mercante que nos esta jodiendo vivos.
Peter le desató con una tremenda dificultad, cayendo desmayado cuando lo consiguió. Rubén se arrancó la astilla del hombro y acto seguido rasgó un trozo del velamen caído sobre la cubierta y practicó un torniquete sobre la herida del muchacho. La sangre paró de salir pero Peter aún seguía inconsciente. El Conquistador no quería dejarle ahí, a su suerte. Buscó algo de agua dulce para dársela a beber.
- ¡Venga chico, despierta!
Peter reaccionó al agua que le dio a beber Rubén y se animó al ver que de la herida había parado de manar sangre.
- Bien muchacho, te he traído una daga para cuando comience el abordaje. Mientras tanto quédate aquí recuperando fuerzas. Si eres valiente sobrevivirás, podrás contar a tus nietos como salvaste la vida de este loco pirata.
- ¿Y tu qué harás? Preguntó el joven Peter.
- Yo voy a Boston, en busca del amor verdadero.
- ¿Ella está allí?
- No lo se mi querido amigo, pero por algún lugar hay que comenzar.
Peter iba a decir algo pero Rubén ya se alejaba corriendo. Tan sólo pudo soltar una palabra entre susurros mientras miraba la daga con inquietud. Suerte, dijo con voz entrecortada. No sabía muy bien si se la deseaba al Conquistador en su búsqueda imposible o a él mismo para la inminente batalla. Y así, con la pequeña espada en la mano esperó hasta sentir que los dos buques se encontraban. Un choque suave y seco. Entonces se levantó sujetandose en un cabo y se preparó para cuando llegara el primer francés. Hoy me convertiré en un pirata de verdad, se dijo. Hoy seré parte de la historia.
Mientras tanto, el resto de la tripulación se veía ajetreada evitando el impacto por una de aquellas pesadas balas de cañón al mismo tiempo que ellos lanzaban las suyas propias. Un caos espectacular en la cubierta principal hizo que Rubén pasara desapercibido y pudiera recorrer el barco hasta la popa. Se detuvo de pronto mirando hacia el mar y lanzó unos pequeños versos al aire..
Me hubiera gustado amarte,
Como se ama al sol.
Decirte que el mundo es bonito,
Y que es bonito el amar.
Me habría gustado escribirte
el más bonito de los poemas
y construir un imperio
sólo para tu sonrisa.
Convertirme en Sol
para secar tus sollozos,
y sacudir el cielo
para un futuro más bonito.
Adiós amigos míos,
adiós.
...tras estos bellos versos Rubén se tiró de cabeza al mar y nadó hasta convertirse en un punto indistinguible en el horizonte. Una insignificante gota de agua en el infinito océano.
Por cierto para los más curiosos, las últimas palabras del Conquistador no son mías. Son de una canción de Saez Damien titulada "Je veux qu'on baise sur ma tombe". La traducción sería algo así como quiero que follen sobre mi tumba. Bonita despedida del pirata más famoso de todos los tiempos y más conociendo una curiosa y extraña leyenda que durante mucho tiempo se ha transmitido de boca en boca. Se cree que Rubén el Conquistador aún sigue vivo. Ahí, es nada.
Au revoir mes amis.