La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Amor a quemarropa


Un momento especial de mi vida fue la primera vez que vi la película de Tony Scott, Amor a quemarropa (True romance). La mejor historia de amor jamás rodada y cuyo guión hizo el mejor cineasta de los últimos 20 años. Quentin Tarantino.
En mi opinión, esta cinta tiene los fundamentos que definen el amor, el amor verdadero.
Cuando la vi, algo se removió en mi corazón. Me hizo pensar. Me convenció de que todo el mundo debía tener a su media naranja en algún sitio. Todo el mundo debía tener el derecho a experimentar esa sensación de absoluta y completa felicidad al saberse amado por encima de todas las cosas. Todos podíamos vivir algo parecido a lo que sintieron Alabama y Clarence en la película.
En lo que dura su aventura, poco menos de dos horas, tu interior sufre un cambio. Tu corazón queda abocado a desear ese amor. Y desde ese momento sufres hasta encontrar a esa otra persona.
Creer en el destino, desafiar la razón. Cada vez que me subía al metro por ejemplo, me ponía en el mismo sitio para que el amor me encontrara. Algo que pensándolo ahora no tenía mucho sentido porque si estas destinado a amar a alguien, hagas lo que hagas te toparás con ella.
Llegas a obsesionarte si no llega nunca o te preguntas si habrás pasado por alto algún gesto de la otra persona, o si aún no es el momento de encontrarse.
Y cuando la encuentras, cuando te das cuenta de que la tienes enfrente todo se detiene y no existe nada más en el mundo. Tienes dos sentimientos contrapuestos, la felicidad plena y el miedo visceral. Felicidad porque compruebas que era cierto, que todo el tiempo que habías esperado mereció la pena. Miedo porque se esfume de pronto o por no conservar lo que tanto te costó encontrar.
Una vez pasada la etapa del miedo, todo es maravilloso, sublime. El amor incondicional, el amor imperecedero. Todas las cosas las ves de otra forma, con otro punto de vista, y en realidad tampoco es que te importe nada demasiado. Sólo te importa ella, su bienestar y felicidad.
Eso es lo que le pasaba a Clarence con Alabama. Sólo importaban ella y él. El resto era secundario, el resto era superfluo.
En mi caso pasé mucho tiempo disfrutando de esos sentimientos de absoluta felicidad, pero en algún momento la fastidié, ni me di cuenta de lo que pasó hasta que ya estuvo encima, como un toro que enviste al torero y le asesta una cornada. Y ese miedo que tuve los primeros dias de conocerla vino de nuevo y me atenazó el alma. Un miedo distinto pero al fin y al cabo miedo. Una angustia terrible. Pero ahora me vienen a la mente esas últimas palabras que dice Alabama y que reflejan lo efímero de las cosas.
"A veces Clarence me pregunta que hubiera hecho si él hubiera muerto, si aquella bala hubiera ido 5 cm más a la izquierda. Yo siempre sonrío, como si no fuera a satisfacerle con una respuesta pero siempre lo hago. Le digo que hubiera querido morir, pero que la angustia y las ganas de morir habrían  desaparecido como las estrellas al amanecer y que las cosas habrían sido muy parecidas a como son ahora. Es posible, sólo que quizá yo no habría llamado a nuestro hijo Elvis."
Yo no soy tan categórico como Alabama, quizá mi angustia y mis ganas de morir desaparezcan algo más lentamente, poco a poco. Sin embargo si sé que ese amor único y al que estamos destinados desde el mismo momento de nacer ya pasó y que no habrá otro igual.
Y como diría otro personaje de película, largo y escabroso es el camino que del infierno conduce a la luz.

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