Llegué a Hollywood en autobús desde el hotel en el que me hospedaba en Sunset Boulevard. Un recorrido por Los Angeles en el que te das cuenta de como es la ciudad. Casas bajas, negocios y restaurantes no sobrepasan los dos pisos de altura. Lo más alto que puedes ver en ese paseo en autobus son los hoteles y algún edificio que otro de oficinas. Me bajé un poco antes de llegar y fui andando hasta encontrarme con la famosa calle de las estrellas. Bullicio. Eso es lo que me encontré. Mucha gente. Más de lo que había imaginado 5 minutos antes. Una vez pasada esa primera impresión de agobio te fijas en los edificios. Justo estaba en la esquina del museo Ripley's y un dinosaurio gigante en la azotea te llama la atención. Esta calle es así, vas de sorpresa en sorpresa.
Empiezas a caminar a lo largo de Hollywood Boulevard y ves muchos museos extravagantes, raros, curiosos. Cualquiera que tenga algo que mostrar lo ha puesto en un expositor y te cobra una entrada por verlo. La calle esta llena de restaurantes americanos y pizzerías donde poder sentarte a tomar algo y descansar. Y hacia este lado no ves nada más especial salvo miles de conductores de mini autobuses turísticos ofreciendo llevarte a ver las casas de los famosos por un módico precio. No lo probé porque en algún sitio leí que era un poco perder el tiempo ya que ni apenas se acercan a las casas y solo ves las vallas de seguridad de Madonna, de Brad Pitt o de Michael Jackson. Es decir, nada. Eso si, te lo aderezan con chascarrillos varios típicos de programas del corazón.
Siguiendo con mi paseo di la vuelta y me dirigí hacia el otro sentido. Y unos metros después me fijé en el suelo y por lo que es famosa esta calle, las estrellas. Miles de estrellas adornan el suelo, dedicadas a todo tipo de personas relacionadas con el arte. Te ves leyendo todos los nombres que puedes intentado evitar chocar con la gente. Sonríes al ver a algún actor español, Banderas y Penélope Cruz, y te sorprendes con los que conoces y te preguntas quienes serán los demás. Es divertido. Y de vez en cuando levantas la mirada y en una de esas ocasiones te topas con el teatro El Capitan, un mítico cine de los años 20. En esa pantalla se estrenaron las primeras películas sonoras, actores como Clark Gable, Errol Flynn y Orson Wells se sentaron en sus butacas. Películas de Cecil B. Demille, la maravillosa Ciudadano Kane de Wells tuvo su premier allí. Luego el cine lo compró Disney y allí se pudo ver en la alfombra roja al mismísimo Walt junto a Julie Andrews y Dick Van Dyke cuando se estrenó Mary Poppins. Ahora sigue siendo de Disney y estaba G-Force en cartel, no es lo que se dice una película de culto pero no podía desperdiciar la oportunidad de entrar en ese legendario lugar y compré una entrada para la primera sesión de la tarde.
Justo enfrente se encuentra otro teatro con glamour. El Kodak Theater. Aquí se celebran los Oscar cada Febrero. Todo el mundo se hace la consabida foto en las escaleras emulando a los actores y actrices de las megaproducciones. Deseando por un instante ser ellos. Dentro hay tiendas de lujo, en las que solo puedes mirar porque los precios son prohibitivos. Al que ama el cine como yo, este es un sitio en el que siempre ha soñado con estar, en la alfombra roja, los paparazzi haciéndote fotos, los periodistas luchando por entrevistarte. Sueño imposible.
Y pocos pasos más allá completa la terna de teatros imprescindibles en esta zona el Grauman's Chinese Theater. El teatro chino es precioso, su entrada con forma de pagoda es impresionante, un dragón enorme te saluda en la puerta que guardan dos perros chinos. Y en el suelo, ante la entrada, las huellas de los actores en las baldosas. Me emocioné al ver la de Steven Spielberg. Hay decenas, el actor de Harry Potter y sus amigos con las huellas de sus varitas, las manos de Travolta, Harrison Ford, Julie Andrews. Es muy emocionante.
Al lado hay un centro comercial al aire libre, con una bonita plaza con fuentes que refrescan el ambiente. Restaurantes originales, tiendas, y en la planta de arriba un mirador en el que puedes fotografiarte con el famoso cartel de Hollywood al fondo.
Para descansar de tantas emociones comí en un restaurante bastante chulo, en cada mesa había una pantalla y hacías el pedido por ahí. También se podía jugar con las otras mesas a diversos juegos. Era muy divertido. Un lugar diferente. Como todo lo que hay por Hollywood Boulevard.
Después de comer tenía el cine, buena hora para disfrutar sentado en la butaca de una película sin demasiada chicha pero te ríes de vez en cuando. Fue la primera vez que en un cine en vez de ponerte anuncios antes de la película había un tío tocando el piano. Me gustó. Un toque de distinción.
Pero lo más alucinante de todo lo que ocurrió ese día fue al salir del cine. Me encontré entre un barullo de gente, rodeado de multitud de personas, no sabía que ocurría. Había cámaras, había guardaespaldas de dos metros, había seguridad por un tubo. Y de pronto me encontré de sopetón con Quentin Tarantino, la gente me había llevado hasta primera fila y pude verle tan cerca que hasta oía sus comentarios a las personas que le rodeaban. Me quedé totalmente embelesado, ¿qué más se le puede pedir a un dia en Hollywood?
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