Llegar a los campos de Marte y ver la torre Eiffel en todo su esplendor desde la escalinata de la escuela militar es toda una delicia. Contemplar esa estructura hecha para un instante y que se quedará allí para la eternidad. Ni todas las ordas de turistas haciéndose fotos de todas las formas y posiciones posibles te quitan la ensoñacion de un París en el que los caballeros acompañaban a las damas por los jardines entre los pies de la torre.
Esa visión de la ciudad te cautiva, te conmueve.
Y al bajar la escalinata e ir acercándote compruebas lo enorme y grandioso que es. Todo el monumento en su conjunto. Y te imaginas al bueno de Gustave revisando cada remache, controlando cada detalle, cada pieza de este mecano gigante.
Y al llegar a los pies y mirar hacia arriba ver que pequeño eres, que pequeño es todo comparado con ese prodigio de la arquitectura.
La gente agolpada en las taquillas y entradas da una sensación de locura, una locura en la que no ayudan los vendedores ambulantes o la policía a caballo que da un toque "francés" con su vestuario.
Pero todo eso se desvanece al bajar la mirada desde lo alto y encontrarte con la de la mujer amada y besarla bajo la torre.
Ah! París, la ciudad de las luces, la ciudad del amor.
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