Alaska es un sitio que parece tan lejano, incluso para los americanos, que nunca dirías que fueras a ir al menos una vez en tu vida. Yo soñé con ir desde que vi la serie Doctor en Alaska (Northern Exposure) y me enamoré de los personajes y de los paisajes de soledad extrema que se intuían.
Pues hace unos meses estuve allí, en la mítica tierra de los alces, los osos salvajes y el salmón.
Naturaleza en estado puro, mires donde mires te das cuenta de la grandiosidad de este planeta y de lo poco que sabemos de él.
Fui en un crucero, interesante opción para los que quieren adentrarse en esta parte del mundo donde los coches valen de poco ya que muchas de las ciudades de Alaska están aisladas por nieves perpetuas y sin posibilidad de unirlas por una simple carretera.
Lo más impresionante fue ver Tracy Arm, un fiordo de un azul muy intenso, un azul brillante, un azul que nunca había visto antes. Ese color es característico por la refracción de la luz en el agua. Y es realmente bonito.
En cuanto empiezas a ver trozos de hielo, primero pequeñitos como cubitos y luego enormes como coches, te va entrando una expectación enorme. La sensación de estar experimentando algo único. Eso unido al ambiente frío y lluvioso que había, con una neblina que hacia parecer todo como un sueño del que no quieres despertar hacia que todo pareciera maravillosamente poético. El agua pegandote en la cara y observando desde la proa del buque como avanzas inexorablemente hacia la lengua del fiordo. A los lados montañas llenas de cascadas del agua que se deshiela poco a poco y cae al océano. Montañas donde puedes imaginar a los osos en libertad cazando, donde las cabras montesas saltan de risco en risco en busca de los brotes verdes de los que se alimentan. Ciervos que caminan sigilosos entren los árboles. Y tu deseando que el tiempo se detenga durante unos instantes para poder hacer una fotografía mental y recordarlo para siempre. Algo tan bello no puede quedarse en el olvido.
Y por fin se vislumbra la lengua. Una masa enorme de hielo azulado. Te quedas boquiabierto, admirado de las formas de los icebergs que se van desprendiendo del fiordo, formas curiosas que adopta el hielo al contacto con el agua, la erosión actúa y deja bloques de formas tan imperfectas que estan llenos de perfección. Y de pronto un ruido ensordecedor hace que la gente en el barco exclame, ¡mirad! Es otro inmenso pedazo de hielo que se desprende de la lengua, haciendo que el agua de alrededor ondule, moviendo los trozos ya desprendidos y en los que descansan miles de focas que ni se inmutan ya que se han acostumbrado a algo excepcional, algo que la mayoría de las personas jamás verán.
El frío se te mete en los huesos pero te da igual, sólo sigues ahí, parado en la proa, y ni los codazos de la gente que intenta hacerse hueco para fotografiarse y tener su recuerdo te evade del pensamiento de que ese momento es único, ese instante debe permanecer en tu memoria para siempre y ni pestañeas para no perderte ningún detalle.
Alaska tiene muchos instantes, pero sin duda el más bello y evocador fue el de ver el fiordo de Tracy Arm, será algo que no podré olvidar jamás.
Pues hace unos meses estuve allí, en la mítica tierra de los alces, los osos salvajes y el salmón.
Naturaleza en estado puro, mires donde mires te das cuenta de la grandiosidad de este planeta y de lo poco que sabemos de él.
Fui en un crucero, interesante opción para los que quieren adentrarse en esta parte del mundo donde los coches valen de poco ya que muchas de las ciudades de Alaska están aisladas por nieves perpetuas y sin posibilidad de unirlas por una simple carretera.
Lo más impresionante fue ver Tracy Arm, un fiordo de un azul muy intenso, un azul brillante, un azul que nunca había visto antes. Ese color es característico por la refracción de la luz en el agua. Y es realmente bonito.
En cuanto empiezas a ver trozos de hielo, primero pequeñitos como cubitos y luego enormes como coches, te va entrando una expectación enorme. La sensación de estar experimentando algo único. Eso unido al ambiente frío y lluvioso que había, con una neblina que hacia parecer todo como un sueño del que no quieres despertar hacia que todo pareciera maravillosamente poético. El agua pegandote en la cara y observando desde la proa del buque como avanzas inexorablemente hacia la lengua del fiordo. A los lados montañas llenas de cascadas del agua que se deshiela poco a poco y cae al océano. Montañas donde puedes imaginar a los osos en libertad cazando, donde las cabras montesas saltan de risco en risco en busca de los brotes verdes de los que se alimentan. Ciervos que caminan sigilosos entren los árboles. Y tu deseando que el tiempo se detenga durante unos instantes para poder hacer una fotografía mental y recordarlo para siempre. Algo tan bello no puede quedarse en el olvido.
Y por fin se vislumbra la lengua. Una masa enorme de hielo azulado. Te quedas boquiabierto, admirado de las formas de los icebergs que se van desprendiendo del fiordo, formas curiosas que adopta el hielo al contacto con el agua, la erosión actúa y deja bloques de formas tan imperfectas que estan llenos de perfección. Y de pronto un ruido ensordecedor hace que la gente en el barco exclame, ¡mirad! Es otro inmenso pedazo de hielo que se desprende de la lengua, haciendo que el agua de alrededor ondule, moviendo los trozos ya desprendidos y en los que descansan miles de focas que ni se inmutan ya que se han acostumbrado a algo excepcional, algo que la mayoría de las personas jamás verán.
El frío se te mete en los huesos pero te da igual, sólo sigues ahí, parado en la proa, y ni los codazos de la gente que intenta hacerse hueco para fotografiarse y tener su recuerdo te evade del pensamiento de que ese momento es único, ese instante debe permanecer en tu memoria para siempre y ni pestañeas para no perderte ningún detalle.
Alaska tiene muchos instantes, pero sin duda el más bello y evocador fue el de ver el fiordo de Tracy Arm, será algo que no podré olvidar jamás.
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