Acabo de llegar de la manga hace unas horas y no puedo resistirme a comentar algo sobre estos días.
Y sobre todo un momento. Un momento de paz y tranquilidad. Una de las tardes cogí el coche y me dispuse a dar una vuelta por el largo y sinuoso camino que lleva hasta el final de ese apéndice que es este sitio. Y la verdad es que la cosa a priori no parecía nada del otro mundo, más que nada era por salir un rato de casa y disfrutar de la conducción. Pero la verdad es que me gustó, fue un paseo realmente bonito, y hubo un instante en una zona determinada de la carretera, donde esta linda con el mar donde me paré, me resultó especialmente evocador. Os lo describiré. Atardecer, el sol casi desaparecido en su totalidad, el mar con un suave oleaje, el olor, las luces encendiéndose poco a poco, ni un alma alrededor. No tuve más remedio que parar el coche y bajar. Sentarme en el capó y contemplar esa impresionante estampa. Muy bucólico, tanto que parece de postal pero era tan real como el iPad desde el que escribo. Estuve un buen rato sin moverme, pero ni me di cuenta del tiempo. Sólo sabía que pasaba por el sol que poco a poco desaparecía de mi vista. En el horizonte se veían barquitos pesqueros, pequeños botes y al fondo una costa llena de luces de los edificios que llenan la manga. Casualidad o no, durante ese tiempo que estuve allí no pasó ningún coche, ninguna persona. Tenía ese espectáculo para mi solo. Fue durante unos minutos mi tesoro. Me gustó, más que gustarme me asombró porque no esperaba algo así. He pasado por allí un montón de veces, con el coche y sin él, corriendo o en bici. Pero nunca me había parado como lo hice el otro día.
Mientras observaba el panorama único no pensaba en nada, nada perturbaba mi mente ni hacia que pensara en otras cosas que hicieran que me perdiese esos últimos rayos de sol. Ni el viento que empezaba a soplar en aquel lugar ni la temperatura que bajaba exponencialmente con la ocultación del sol me sacaron de ese ensimismamiento. Maravillado. Realmente no lo esperaba. Y las cosas que no esperas son a la vez las que más aprecias y las que más valoras. Su valor radica en la sorpresa, en la fascinación por lo inesperado. Asombro por lo que nunca te paraste a ver. Suele ocurrir que pasamos por lugares que apenas miramos, que por tener otras cosas en la cabeza o por estar distraídos con pensamientos absurdos no reparamos. Cuantas veces habremos pasado por sitios en los que de pronto, por cualquier inquietante razón nos detenemos en un detalle, nuestra mirada se posa en algo que en muchos años no habíamos observado.
Al final pasó el autobús de línea regular que recorre la manga de arriba a abajo y me sacó del trance. Me levanté y eché un último vistazo a algo que seguramente por mucho que vuelva no volverá a ser igual.
Mientras conducía me sorprendí pensando que La Manga al fin y al cabo no está tan mal. Curioso pensamiento.
Ahora cierro los ojos y recuerdo ese momento para escribir sobre el y ciertamente es un instante paradisiaco. Un instante para vivirlo. Un instante para contarlo.
El mar siempre me ha gustado, me parece algo tremendamente espectacular. Recuerdo hace un año y medio un viaje de Boston a Salem en barco. Me pasé mirando el mar la hora que duro el viaje en el fastferry, desde la proa el viento era infernal a la velocidad a la que íbamos pero no quería perderme esa visión del mar en toda su bravura. El mar tiene algo de misterioso, no saber que hay más allá de la superficie, las profundidades nos reservan cosas que jamás veremos. Barcos hundidos llenan ese fondo, peces inverosímiles, enormes, incoloros, pasan nadando por los esqueletos de madera. Los corales mas impresionantes, con colores tan llamativos, tan vivos que parecen salidos de la paleta de un pintor. El mar atrae. Causa admiración a quien lo desconoce y tentación a quien lo comprende. Tentación por adentrarse en él. Esa fascinación por el mar ha llevado a muchos desde tiempos inmemoriales a inventar monstruos marinos como el Kraken o seres mitológicos como las sirenas. El mar ha transformado el mundo, la erosión del mar ha hecho que acantilados, tan altos como gigantes salidos de epopeyas griegas, se formen. El mar nos da alimento, nos abastece, es vida. Y a la vez, el mar ha dado muerte a los marinos más avezados, por lo tanto es cruel y mortífero con quien lo desafía. Pero sobre todas las cosas el mar es paz y tranquilidad, el sonido de las olas, ese sonido trae recuerdos. Es como el susurro que una madre hace a su bebe. Te adormece, te deja con una serenidad y una paz inimaginables. Eso es lo que sentí yo al mirar desde aquel lugar el mar, una calma interior que necesitaba.
Jamás rebelaré el lugar exacto en el que me paré a disfrutar de todo esto. Ese lugar es mío. Ese recóndito paraje es mi refugio, a la vista de todos pero con una mirada única. Sí, mi mirada. Mi visión de lo que La Manga si que puede ofrecer y es paz. Y mucha, pero mucha tranquilidad.
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