Tenía miedo.
Sentía pánico por lo que había leído sobre la conducción en Nápoles.
Salí de Milán y fui por las carreteras italianas en dirección al sur de Italia. Con el paso de los kilómetros ya se veía el contraste entre el norte y el sur. Los peajes de las autopistas cambiaron. Las cabinas de los controladores pasaron de ser un mero cubículo con ventanilla a fortificaciones impenetrables. Las áreas de descanso cuidadas de la zona de Lombardia se convirtieron en gasolineras cutres con tienda de la región de Campania.
Al llegar a Nápoles, sin GPS aún, con un simple mapa de la ciudad de una guía turística me entró un cosquilleo en el estómago. Era por la tarde, hora punta. Miles de coches transitaban por las calles. El respeto por las señales de tráfico era nulo. Los semáforos están prácticamente de adorno, las glorietas son una confusión eterna sobre a quien le toca pasar, los transeúntes cruzan la carretera en el instante que menos esperas, motos que hacen eslalon como si creyeran ser esquiadores en Panticosa bajando un remonte. Un auténtico caos. Ahora lo recuerdo con una sonrisa, con nostalgia quizá pero en aquel momento maldije a más de uno. Intentaba estar atento a todo mientras buscaba calles que salieran en el mapa que llevaba para ubicarme. Al fin logré encontrar el hotel, y aliviado vi salir al botones que amablemente recogió las llaves del coche y lo llevó al garage.
Esa fue mi entrada a una ciudad que me gustó, pero no por sus monumentos, que están la mayoría muy descuidados. Me gustó por el ambiente que se respira. La Italia más auténtica.
El mismo día de mi llegada, al anochecer, salí a dar una vuelta y cenar. Al lado del hotel, situado por lo que vi en la mejor zona posible, había un castillo y alrededor muchos restaurantes. Es muy entretenido ver como los encargados de darte una mesa te intentan convencer para que te sientes en su restaurante. Incluso se llegan a increpar entre ellos. Ver como discuten dos italianos es gracioso y a la vez te infunde respeto. Repetí en uno de ellos porque me resultaba muy gracioso el maitre, el primo Luigi lo llamaba, típico tío salido de una película de mafiosos.
En Nápoles tienes esa sensación en todo momento, de que familias que controlan los barrios te observan al pasar. De que la Camorra esta al acecho. Hay varias zonas de la ciudad en las que no te sientes seguro al 100%, y al mismo tiempo son las más bonitas, las callejuelas estrechas con ropa tendida en sus ventanas, calles en las que la "mamma" del clan familiar está sentada en el portal en una silla de mimbre mientras los niños juegan y corretean entre los coches. Paseando te viene el olor de los mercados, puestos abiertos a la calle, las frutas y verduras con sus colores dan alegría al ambiente. Señoras comprando, tirando de sus carros llenos de comida, hablando entre ellas. Oír hablar italiano me encanta, es un idioma muy expresivo, con una sonoridad que hace que cualquier cosa que se diga parezca algo dulce, amable, simpático. Incluso cuando se alza la voz parece que los insultos son educados. Te dan ganas de aprenderlo. De entenderlo. Es una lástima que nunca lo haya intentado.
La comida napolitana es una delicia. Las pizzerías tienen sus hornos a la vista y observas como hacen la masa, como la tiran hacia arriba y la cogen al vuelo, como ponen harina sobre la mesa de la cocina y comienzan a amasar, es como un ritual. La comida es algo sagrado para los napolitanos. ¡Y está tan llena de sabor! Los spaguetti a vongole, el ragú napolitano, la zuppa di cozze, el risotto, la lasagna de carne. Un festín para el paladar.
Uno de los días fui al Duomo, la catedral. Su fachada estaba llena de pintadas. ¿Cómo es posible que a alguien se le ocurra dejar ahí su sello? Y lo que es más confuso, ¿cómo es posible que no lo limpien? En La Fontana de Trevi, en Roma, tienen a media docena de carabinieri plantados todo el día. Aquí se nota que la ley es otra, o más bien, lo que se nota es la ausencia de esta. La mafia es la dueña. Los sobornos deben estar a la orden del día. Y la policía se dedica a otros quehaceres. Me quedé un poco desilusionado, deberían cuidar algo más ese tema. Italia es arte y el arte debe respetarse. Pese a esto, Nápoles, al ser una ciudad costera, esta imbuida por ese aroma a mar, a Mediterráneo. Los griegos, romanos y españoles dejaron huella en sus edificaciones, en sus historias y leyendas. Incluso a Napoleón le dio por invadirla. Cuna de artistas. El polichinela, el "o sole mío", Sofía Loren, Giordano Bruno o Bud Spencer nacieron aquí. La pena es que esa esencia mediterránea quede eclipsada por las constantes huelgas de recogida de basuras, negocio controlado por la Camorra.
Me gusta esta ciudad, rezuma un aire de la Italia que todos hemos visto en películas de Vittorio de Sica, Rossellini o Luchino Visconti. Las que retrataban a gentes de clase obrera y gente desfavorecida. Historias de finales de la segunda guerra mundial y la posguerra. Algunas calles de Nápoles te sumergen en ese ambiente. Y para mi es lo bello de este lugar, el elemento diferenciador respecto a otros sitios que he visitado en este maravilloso país.
Es caótica y por eso mismo es genial. Impredecible. Algún día tengo que volver.
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