Vital para la vida.
El corazón es un misterio para mi. Tan pronto late a mil por hora ante un estímulo tan tonto como una mirada, tan pronto bombea lentamente dejando que todo pase a cámara lenta.
El órgano que no se puede dominar por mucho que te empeñes en ello. Siempre obedece a sus propios instintos sin que tu mente pueda domarlo.
Y lo intento, pero es imposible para mi encerrarlo. Es utópico intentar mantener un ritmo constante. Las 80 pulsaciones de media son imposibles en muchos instantes. Momentos en los que se desboca y suben a 120, una manada de bisontes corriendo. Una taquicardia que te hace incrementar la respiración, te hace subir el nivel al que trabaja el cerebro para no colapsar. Y todo producido por una sola mirada. Unos ojos fijos en ti. Unos brillantes ojos que me observan.
Momentos después ese ritmo cardíaco baja a niveles preocupantes, casi pensando que eres un fantasma, un ser inerte. Pero imposible serlo. Y sabes que estas vivo porque la rozas. Porque sientes su piel. La causa de ese lento bombear es la unión de ambas manos. Breve. Muy corto. Unos segundos que parecen días al juntar las palmas. La calidez, la suavidad. Muy fugaz todo pero de una intensidad abrumadora.
Cada uno intenta dominarlo como puede, pero no es un animal domesticado. Muchos lo meten en cajas para así enjaularlo en cierta forma. Pero al igual que el León, a veces ruge y se envalentona y pasa todo esto. Incontrolable, de naturaleza salvaje, se escapa por una rendija abierta en el caparazón creado. Y ve la luz por unos instantes. Y corre, salta y disfruta como el León devuelto a su sabana africana.
El corazón, impredecible, vuelve a la libertad. Se emancipa de la cárcel en la que ha estado enclaustrado y grita con absoluta felicidad. ¡Soy libre!
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