La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

sábado, 3 de agosto de 2013

Las Vegas....11 meses atrás

Hace un ratito que acabo de llegar de Las Rozas Village. Quería comprar un bañador.
Paseando por los escaparates me ha venido un recuerdo, una chorrada podríamos decir pero que es más trascendental de lo que pueda parecer. Y me ha pasado algo muy raro.
Once meses atrás me encontraba en Las Vegas. Uno de los días aprovechamos para ir a otro outlet muy parecido al que he estado esta mañana. Era la tercera vez que íbamos a hacer las últimas compras del verano en ese lugar. Caprichos de última hora, encargos de gente, regalos a la familia y amigos. Las otras ocasiones que fuimos, años anteriores a este, siempre acabábamos discutiendo. Yo le decía que se gastaba demasiado, le decía que no hacíamos más que entrar en tiendas dando vueltas sin sentido, demasiadas bolsas que cargar en el avión. En fin, mil historias de mi yo cascarrabias. Enfados por otra parte que se pasaban enseguida pero cabreos al fin y al cabo.
Sin embargo esta última vez hace casi un año todo fue como la seda.
Para llegar al complejo de tiendas en las afueras de Las Vegas hay que coger un autobús al que llaman Deuce. En el trayecto, alrededor de media hora, íbamos mirando los hoteles del Strip y hablando que es lo que queríamos comprar. Esta vez yo iba con más paciencia y ella con más disposición a no acabar con 20 bolsas en cada mano.
Curiosamente fue la ocasión en la que no regañamos y no nos enfurruñamos en absoluto. Y al acabar de comprar volvimos al hotel y nos vestimos para salir a cenar.
Nada hacia presagiar lo que un mes después pasaría. Pero el germen de todo estaba ahí, en su mente.
El último día en la piscina del Caesar Palace compartimos un Daiquiri de fresa de litro mientras escuchábamos la música y veíamos a la gente pasando por delante de nuestras tumbonas. Mientras, el parásito maligno se extendía en su cabeza.
La última noche de vacaciones en Las Vegas cenamos en una mesa con forma de barco en un restaurante llamado Margaritaville, y brindamos con nuestros cócteles porque al año siguiente tuviéramos otro mes como aquel. Mientras el parásito que anidaba en su cabeza, inconsciente o conscientemente, seguía creciendo.
Pocos días más tarde ese bichito malo ocupó toda su mente y se dio cuenta de que ya no me amaba.
Hace un rato, caminando entre escaparates de Tommy Hilfiger, Guess, Levi's, DKNY...me ha venido todo esto a mi cabeza. Y me ha ocurrido algo extraño.
He echado de menos ir al lado de una mujer que me llevara por todas las tiendas, que me tenga dando vueltas por pasillos interminables de ropa, que me pregunte ¿qué te parece esto?¿me queda bien?
Es muy raro, inquietante incluso. Puede que un caso de Expediente X o algo de lo que hacer un reportaje en cuarto milenio. Lo que antes odiaba ahora lo echo en falta.
¿He cambiado?¿Soy un Rubén distinto?¿Entiendo mejor a las mujeres ahora? No, no creo que esta última cuestión sea posible. Nunca entenderé a las mujeres, pero nunca podré ser feliz sin una a mi lado, sin que pasando por el escaparate de Guess nadie me diga, Rubén vamos a mirar los bolsos.
¿¡Qué diablos me está pasando!?

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