Este libro escrito por Chaucer es un compendio de historias medievales, caballeros y nobles por doquier, multitud de damas y doncellas enamoradas salen en sus páginas. Un libro escrito hace mucho tiempo, alrededor del 1400, y que es una versión que anteriormente hizo Bocaccio con su Decameron.
Desde que yo recuerdo Giovani Bocaccio ha sido muy importante para mi. Escribia sobre el amor entre otros temas. Y bien es sabido que el que escribe sobre algo es porque lo conoce de primera mano.
En las navidades del 92 o del 93 a mis primos les regalaron, entre otras cosas, una película. Y el mismo dia 24 por la noche vinieron a mi casa y pusimos la cinta en el video VHS. Solo en casa 2.
Hubo un par de escenas que me llamaron la atención y me hicieron creer en algo en lo que ya muchos no creen. El amor. La pareja única y eterna y por supesto el destino que une a dos personas.
El personaje que interpreta Macaulay Culkin entra en una tienda de juguetes en Nueva York y alli se encuentra con el dueño, sin saberlo el niño, y este le regala un par de cadenitas con unas tórtolas. Y le explica su significado. Estos pajaritos mantienen la misma pareja durante toda su vida. Por simples que parezcan, estos animalitos creen en el amor verdadero. Y el dueño de la jugueteria le aconseja a Culkin que él se quede una y que regale la otra a la persona que quiera. Él que posea la otra mitad estará unido a ti para siempre, le dice. Al final de la peli, el niño acaba dando el colgante gemelo de las tórtolas a la anciana de las palomas de Central Park. Un momento emotivo y entrañable.
Pasaron los años y un dia de verano, sentado en una terraza tomando una copa, hablaba con una chica. No se de que forma jugueteando con un trocito de papel que no recuerdo de donde sacaría formé un corazón. Y puede que recordando inconscientemente la escena de aquella película que vi años antes, partí el corazón en dos mitades y una de ellas se la di a la chica que se reía a mi lado. Eran mis tortolas, con ese gesto le decía a ella que siempre estariamos juntos. Eternamente unidos por un corazoncito de papel rojo.
Esta historia la recordé hace unos meses y busqué esa mitad que yo conservaba y en un ataque de furia conmigo mismo por haber jodido el amor que aquella mujer sentía y que veía en su mirada cada vez que nuestros ojos se cruzaban, cada vez que pronunciaba mi nombre, en cada ocasión que nuestras manos se rozaban. Pues en ese ataque de ira hacia mi mismo hice añicos mi mitad del corazón. Y con ello rompía todo el simbolismo que encerraba ese minúsculo papel. Todas mis creencias desaparecieron de un plumazo y me juré que jamás volvería a amar a persona alguna.
Semanas después no pude seguir con esa situación. Necesitaba ilusión, anhelaba un amor platónico por irreal e imposible que fuera. Algo a lo que aferrarme porque yo no podia vivir sin amar. Mi luz se apagaba lentamente y acabaría muerto de tristeza.
Y casualmente, por una serendipia, encontré a ese amor imposible. Y durante unos meses pensar en un quizá me ayudó a seguir. A continuar ejercitando mi cuerpo para estar lo mejor posible para ese quizá, mantener el romanticismo en mi alma para conquistar a ese tal vez si la ocasión se presentaba.
Y, de nuevo, volví a creer en las tortolas. Volví a escribir sobre el amor.
Esa persona jamás se enterará de su influencia o quizá si, aún mantengo esa ilusión. Lo que sin duda tengo claro es que necesito el amor para vivir. Necesito creer que en algun lugar existe esa mujer a la que regalar una tórtola. A la que dar mi corazón y con ello mi vida.
La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.
lunes, 19 de agosto de 2013
Los cuentos de Canterbury
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