Creo que todos los que alguna vez vimos verano azul tenemos un problema. Al final de las vacaciones nos entra un vértigo raro que hace que el estómago se nos encoja y nos entre una melancolía y tristeza infinitas. Ver como Chanquete moría o como la pintora y los niños se despedían entre llantos incontrolados nos hizo mucho daño. Bea, Javi, Tito, el piraña..... En fin, toda la tropa, volviendo a sus vidas y dejando atrás el barco, del que nunca se movieron, y la playa de arena fina donde vivieron decenas de aventuras. Dudo que nadie se haya quedado sin derramar una lagrimita, aunque sea a escondidas, ese último día en el que la pintora se quedaba observando como todos se alejaban mientras pensaba si alguna vez volverian a verse.
Y eso es lo que me pasa a mi.
Cada final del verano me da una nostalgia y una tontería que es muy difícil de aguantar.
Siempre he intentando no sucumbir ante ese desasosiego y esa inquietud interior pero es superior a mis fuerzas e imposible de controlar.
Un sentimiento de tanta pena que no te deja disfrutar los instantes finales. Una puesta de sol, un helado mientras se pasea, un baño en el salado mar, la lectura de ese libro que deseas acabar, la música que pones para amenizar la tarde mientras el tiempo pasa inexorablemente. Todo, absolutamente todo, se queda en simples actos mecánicos ya que tu mente anda por otros lugares. Sitios tristes y amargos. La vieja rutina, el jodido día a día del que no nos podemos librar. Y entonces resuenan las mismas palabras en millones de bocas, ¡ojala fuera millonario!
En mi caso, el asunto es peor. Ya de por sí soy melancólico, imaginad el nivel de hartazgo que puedo causar en mis acompañantes.
Recuerdo un año que estando en Cadiz, concretamente en El Puerto de Santa Maria, no queria volver y añadia una nueva cosa que hacer. Nos vamos después de comer pactaba y al terminar la comida decía. Bueno, ¿un heladito? Pero al acabarlo aconsejaba, yo creo que es mejor no salir ahora, ¿un paseo por el mercadillo? Finalmente no se podía alargar más el tiempo y había que partir.
Cuando el horario de salida ya estaba cerrado por ser un vuelo por ejemplo, lo que hacía era quedarme despierto toda la noche, lo máximo posible, ya que así parece que el tiempo corre más lentamente. Me decía, si me duermo en cuanto despierte me tendré que ir. Si no duermo puede que ese momento no llegue nunca. ¡Qué iluso soy!
Sin embargo, a pesar del transcurrir de los años, sigo pensando lo mismo y actuando de igual manera.
El año pasado mi avión salía de Las Vegas a las 8:30 de la mañana, y me pasé la noche viendo series en la tele. Obligandome a escuchar y entender para no dormir, para asi intentar esquivar las leyes naturales y parar el tiempo. Pero no, no pude. Y a las 7 de la mañana el despertador sonó y a las 8:30 estaba en mi asiento del avión con cara de tristeza. Ningún hecho insolito había ocurrido, el tiempo había seguido avanzando y los segundos y minutos habían proseguido su marcha hacia delante. Hacia el futuro.
Este año, de nuevo, ha ocurrido. Me acosté el sábado con la idea de que sería mi última noche en la playa. El domingo me desperté con los claros sintomas de que las vacaciones se terminaban, suspiros, sin hambre, nostalgia en la mirada, tristeza en mi alma. He comido pensando que esto llegaba a su fin, que en un par de horas estaría de camino. De pronto me he dicho, ¿por qué no salgo mañana? Y para convencerme más he apoyado la decisión pensando, hoy habrá mas tráfico, como si eso me hubiera importado alguna vez.
Asi que aquí estoy, en la playa aún, despierto a las 4 de la mañana deseando que no sean las 4:01. Si cierro los ojos y lo deseo con todas mis fuerzas, ¿lo conseguiré? ¿Podré parar el tiempo? Voy a intentarlo......
Son las 4:02.
La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.
domingo, 1 de septiembre de 2013
Verano azul
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