¿Por qué he elegido esta canción? Tres motivos son los que me han llevado a escogerla. El primero es porque Elphaba, la protagonista, desea desafiar todo lo establecido. Se rebela contra el mundo y decide plantar cara a la gravedad y volar. El segundo motivo es porque esa canción siempre que la escucho me remueve algo dentro y no puedo evitar el emocionarme. La tercera la diré al final.
Hace apenas media hora me he despedido de ella y como Elphaba me he alejado volando hacia el cielo, hacia las distantes estrellas.
Se ha despedido de mi diciendo que esta feliz, que es muy feliz y que lleva tres meses con alguien. Al instante de oír eso algo extraño he sentido dentro de mi corazón. La mujer con la que compartí mi vida durante diez años ya no era la niña a la que abrazaba tiempo atrás. Pero segundos después me he alegrado por ella, y mientras caminaba hacia el metro he sonreído. Ella ya era feliz y por lo tanto yo también podía serlo. Parece una tontería pero lo que sentí cuando ella me dejó fue culpabilidad, me sentí un ser humano despreciable. Ella estaba triste, ella era infeliz, ella no estaba a gusto. Y todo eso era por mi culpa, lo supe y lo se. Y al revertir esa situación, al saber que ella vuelve a sonreír, ese peso se ha esfumado. Me he sentido más ligero e incluso he querido volar, subir lo más alto posible y desafiar a la gravedad.
Esta mañana me he despertado siendo "el conquistador", personaje real o inventado que en capítulos anteriores se despedía de su pasado para buscar un futuro lleno de aventuras. Y dispuesto a sellar esa puerta de una vez por todas me he ido al banco a cerrar la cuenta conjunta que aún teníamos. Después de un año conseguí hacerme fuerte y con todo mi deseo de continuar hacia delante he buscado la cartilla y he ido hasta la sucursal donde hace once años, llenos de ilusión y planes, nos dispusimos a empezar una vida en común. Nada más salir de la boca del metro una sensación de tristeza ha embargado todo mi ser. Ante mi veía un Madrid triste, Callao a esas horas tan tempranas estaba solitario. Sin vida. Y parado ante un semáforo para pasar al otro lado de la calle me he fijado en la estampa que tenía ante mi. El asfalto sucio y las papeleras repletas por la huelga de la recogida de basuras, un par de mujeres enfrente con sus cafés en las manos, taxis ocupados por gentes con prisa por llegar tarde a un lugar que seguro que no desean estar, un hombre repartiendo publicidad de no se que lugar porque ni tan siquiera he mirado el papel que me ha dado, unos obreros con cara de sueño llevando un tablón de madera. Y justo allí, frente a mi, la puerta del banco. Y respirando hondo me he dicho, ¡ánimo Ruben, ya es hora de finalizar esto!
Cosas de la vida, el malvado banquero me decía que necesitaba la firma de ella. En ese momento me habría batido en duelo con él. ¡Cancela la jodida cuenta o te ensarto con mi sable, maldito bucanero con camisa a rayas!
Ojalá en ese momento hubiera llevado mi traje de Rubén I el conquistador, pero no era el caso. Así que no me quedó más remedio que avisarla. ¿Y por qué no deseaba verla? Por algo tan vanidoso como que quería estar lo mejor presentable posible. Quería decirla algo así como ¡mira lo que te perdiste niña! Si, una soberana estupidez. Pero Rubén es estúpido, no tendría que extrañar que se comportara como uno de ellos y pensara idioteces.
Cinco minutos antes de verla estaba en el mismo semáforo en el que, apenas hacia dos horas, vi la desolación delante mía. Ahora el mismo lugar tenía otro aspecto. Seguía sucio y veía a gente con prisa pero la vida comenzaba a aparecer. El mundo despertaba, casi al mismo tiempo que yo. Y mientras miraba el móvil ella apareció. Ni me di cuenta. Mi intención era la de ser frío y borde. Eso deseaba. Aparentar ser el tipo duro que no soy y distante firmar y finiquitar todo el asunto. Pero no puedo ocultar lo que soy y ser de otra forma, así que por supuesto al verla sonreí. Me gustó mirar a esos ojos de nuevo, me encantó sentir su mirada y escuchar su voz.
Y en ese mismo instante me propuse algo. Mientras hablábamos de cosas banales me prometí una cosa. Cada vez que me acordara de ella por algún motivo, extraño y curioso, lo haría en un momento determinado. Un instante del lejano pasado. Un baile en nuestro minúsculo piso de hace años, en el que apartando la mesa que ocupaba todo el centro del salón la cogí de la mano y la dije ¿me permite este baile señorita?
Mientras el malvado banquero de camisa a rayas hacia las gestiones oportunas yo me juré que jamás vería a esa mujer de otro modo. Ella sería por siempre la mágica bailarina de esa remota noche.
Y por eso cuando diez minutos después de reencontrarme con ella nos despedimos, en mi cara había una sonrisa. Esa bailarina volvía a bailar. No era conmigo ese baile, pero ella era feliz y para mi eso durante diez años fue lo más importante. Y pese a que nunca ese deseo de verla sonreír pudo con mi miedo a crecer y enfrentarme a la vida siempre quise que su vida fuera la mejor posible.
Al alejarme de ella la miré una última vez, tecleaba un mensaje en su móvil al lado de su moto. Y la lancé un beso diciendo hasta siempre bailarina. El de al lado me miró con cara extrañada, una chica detrás de mi giró su cabeza para ver a quien lanzaba ese beso perdido en el infinito. Y yo seguí andando hasta la boca del metro con una sensación de ligereza y libertad que durante un año no he tenido.
Esa libertad da miedo y ese es el tercer motivo por el que he elegido la canción de Wicked. En una parte Elphaba dice que todo el mundo tiene el derecho a volar e incluso si lo haces sólo al menos eres libre. Ella se atreve a dejar atrás todo y da ese paso hacia el abismo. Por mucho vértigo que me entre debo ser fuerte, debo volar y enfrentarme a los peligros que puedan venir.
Es hora de confiar en mi instinto, cerrar los ojos y partir. Es momento de desafiar a la gravedad y todas las malditas leyes físicas. Lograré ser feliz y hoy ha sido el primer paso. O eso o me convierto en un brujo y hago compañía a Elphaba en Oz para unir nuestras fuerzas en contra de Dorothy y sus amigos el León, el hombre de hojalata y el espantapájaros.
En cualquier caso será una aventura propia de Rubén I, el conquistador.
¡Arriad velas! ¡Soltad lastre! ¡Todo a babor! Grito al viento, mientras me dirijo a la proa. Desde allí observo el mar. Una libertad equiparable a la de volar. Me aferro fuerte a un cabo y me asomo. Dejo que el mar salpique mi cara saboreando el agua salada. Soy un jodido pirata. Ahora me doy cuenta, tengo los cuatro puntos cardinales para mi. Puedo ir a cualquier parte. Norte o Sur, Este u Oeste. Agarrado al grueso cabo en la proa de mi buque observo el sol, y de pronto la gaviota protagonista de otra historia se vislumbra en la lejanía. La veo planear y subir de nuevo tan alta como el propio sol y la grito. ¡Aún me debes algo gaviota! ¡Aún no me he olvidado de ti!
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