La vida es vibración. Eso al menos, es lo que nos cuenta la física. La verdad es que no puedo estar más de acuerdo con tal afirmación, el mundo vibra y es por ello que sabemos que existimos. Los científicos teóricos más reputados y sesudos, nos han formulado la archifamosa teoría de cuerdas que nos encamina a pensar que estamos formados por partículas enormemente pequeñas que no paran de temblar.
La muerte también es vibración. Recuerdo una de ellas, quizá una de las más impactantes. El último suspiro, el postrer estertor de vida, luego el silencio más demoledor. Mis manos temblorosas se escondían al fondo de los bolsillos de la chaqueta, mi pecho no podía retener tanta tristeza y mi corazón vibró de pena. El llanto mantuvo mi rostro en una mueca extraña, desencajada, mi boca oscilaba con un castañeteo de los dientes que rasgaba la negrura de aquella noche. Si, tampoco puedo negarme a la evidencia. La muerte es vibración.
El dolor es vibración. Pum pum, pum pum, pum pum. Latidos. El corazón se agita en su cofre de oro. Se retuerce, gime, se desespera. Quiere gritar pero nadie le escucha. Los ecos olvidados de esas súplicas puede que ya se hayan mitigado hasta la extinción, pero no hay duda de que el dolor es una oscilación del alma. Lastimosamente rápida. Afortunadamente fugaz.
El amor es vibración. Un beso, una caricia, un te quiero soltado al infinito. Todo ello aderezado con una sonrisa y una buena dosis de nervios nos dan el temblor más arrebatador. Cuerpo, corazón, y mente se unen para la más sublime de las vibraciones, aquella en la que la felicidad inunda el iris de nuestros ojos para ver magia en lo que tan solo es excepcional y único.
La consciencia humana es vibración. ¿Quién soy? ¿Qué no soy? Conexiones sinápticas. Redes neuronales. Miles de datos y experiencias recorriendo las autopistas de nuestro cerebro para finalmente acabar en algún ramal recóndito de la mente y por supuesto, trepidar. Movimiento trascendental, fastuoso, que nos da conocimiento de lo que somos como seres unívocos y diferenciales.
El sexo es vibración. Cadera contra cadera. El rítmico vaivén deja oír un sonido peculiar, excitante. Bocas abiertas, jadeando. Manos entrelazadas, impulsando la penetración. Miradas enfrentadas, llenas de matices. Deseo, asombro, cariño, lujuria. Mordiscos robados a la tenue luz de una lámpara. Cuello, pezones, barbilla, mejillas. Gestos toscos, muecas de placer y gemidos que traspasan paredes. La vibración más instintiva, quizá en la que nos damos cuenta de que seguimos siendo fieros animales.
Hace 20 años una chica me amenazaba con matarse si la dejaba de hablar. Tengo un cuchillo en la mano, Rubén. Me dijo por teléfono. ¡No lo hagas, por favor! Supliqué.
Hace 17 años alguien me dijo, Rubén tengo que dejar esto porque me gustas demasiado y yo no puedo permitírmelo. ¡No lo hagas, por favor! Volví a suplicar.
Hace algo menos de 5 años una mujer sostenía que ya no me amaba, que me dejaba para siempre. ¡No lo hagas, por favor! Repetí una vez más.
Hace dos o tres años, en una cama ajena, una bella dama me dijo que me iba a bajar los calzoncillos y follarme hasta exprimirme del todo. La miré a los ojos y sostuve, ¡no lo hagas, por favor!
¿Habrá sido un sueño? El lugar pareciera el más adecuado ya que mi cuerpo yacía sobre otra cama que no era la mía. ¡No lo hagas, por favor! Repetía sin cesar. Al otro lado de esa súplica un abrazo que intentaba retener mis temblores. Miedos que afloraron en forma de vibración. Manos, brazos, piernas, espalda, pecho. Todo cuanto soy se sacudía y agitaba, oscilaba y se emocionaba. Vida, muerte, dolor, amor consciencia, sexo...Tranquilo, Ru. Logré escuchar. Estoy a tu lado. Me dijo una voz. Estaré a tu lado para siempre, volvió a susurrarme al oído. ¿Fantasía? ¿Alucinación? ¿Ensueño? ¿Anhelo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario