"I saw thee smile! The sapphire's blaze
Beside thee ceased to shine;
It could not match the living rays
That filled that glance of thine."
Lord Byron, 1815. (Extracto del poema I saw thee weep)
La lucha incesante era abrumadora. Fogonazos de un lado, del otro llamas ardientes. Unos salían disparados desde la mente hacia el mismo centro del alma. El fuego, a su vez, intentaba replicar desde lo más profundo del corazón.
Las sombras se cernían en el interior trás cada descarga. Ninguna de las dos partes se creía en desventaja y por ello nadie retrocedía. Cerebro y corazón se batían en duelo, a tumba abierta, hasta que uno de los dos pereciera al fin.
Mientras, los ojos, invitados inoportunos a tan descomunal batalla, se desligaban de cualquier conflicto y se posaban distraidos sobre las nubes. Ignorantes de la contienda que se desarrollaba más abajo, flotaban ligeras mecidas por el viento que las envolvía, llevandolas hacia lugares lejanos, quizá más allá de las estrellas.
Las manos palparon el corazón, seguía latiendo.
El corazón miró de reojo a la mente, seguía pensando.
¡Maldita terquedad!
El fresco aliento del atardecer entró en los pulmones dando un respiro. Una necesitada tregua en la que recobrar fuerzas. En esa pausa momentánea, los ojos se cerraron y ambos bandos se acercaron a hablar. ¡Parlamento! Gritó uno de ellos.
- Cerebro: ¡No ves, estúpido corazón, que todo esto es en beneficio tuyo!
- Corazón: ¿Qué tiene de bueno no sentir, loco incrédulo?
- Cerebro: Evita que vengas gimoteando cuando alguna flecha del endiablado Cupido te alcanza y resquebraja parte de tu cuerpo.
- Corazón: ¿No te das cuenta que si dejo de latir tu morirás?
- Cerebro: Prefiero la muerte a leer u oir alguna sandez tuya que tenga que ver con el amor. ¡Estoy harto de tanto empalago!
- Corazón: El ser humano fue creado para amar, mi querido enemigo. ¿No leiste a Byron o Tennyson?¿No fue este último el que dijo aquello de «es mejor haber amado y perdido que jamás haber amado»?
- Cerebro: Necios todos ellos. Románticos sin cura posible. El amor es una enfermedad, debilita y trae consigo la muerte. ¿¡Cuántas batallas comenzaron por eso que llamas amor!?
- Corazón: ¿Dejarás que alguna vez diga te quiero?
El cerebro, en un instante de absoluta osadía, desenfundó su espada dispuesto a dar la última estocada.
Solo había una manera de salvarse, pensó el corazón.
El pulso se aceleró, los latidos se notaron en cada rincón y órgano del cuerpo. Un enorme torrente de sangre fluyó desde el corazón hasta el cerebro llevando consigo un recuerdo.
Noche oscura. Dos manos, dos personas. Ella buscó su mano, él dejó que la encontrase fácilmente. Los dedos se entrelazon de manera sutil, casual. Entonces ella apretó la mano de él con fuerza, necesitándola. Echándo de menos cada uno de esos dedos. Él respondió de la única manera posible.
Amándola. Eternamente.
¡Qué diablos!
Vomitadas de la boca, asombrosamente, salieron pequeñas figuras algodonosas que tomaban diversas formas según iban subiendo hacia el cielo.
Su estructura, indefinible, estaba plagada de bellos colores. Tonos anaranjados, verdes y rojos. También se podían observar cúmulos llenos de amarillos y marrones, el azul apenas distiguible del horizonte subió rápidamente tras salir a trompicones en una exhalación al dejar abierta la boca por el desconcierto.
¿Qué está ocurriendo? Se preguntaron los ojos, extrañados ante tan mágico acontecimiento. ¿Estoy vomitando nubes de colores?
- Cerebro: Permitiré que digas te quiero con una condición.
- Corazón: Pide y te será concedido.
- Cerebro: Que tan solo menciones esas palabras si ese sentimiento es verdadero.
- Corazón: Así sea.
La paz ha llegado, esa fumata mágica y colorida da fe de ello. Cerebro y corazón han sellado un acuerdo.
La mente será mas permisiva y el corazón...bueno él seguirá siendo él.
"Deep in my soul that tender secret dwells,
Lonely and lost to light for evermore,
Save when to thine my heart responsivee swells,
Then trembles into silence as before."
Lord Byron, 1814. (Fragmento de The corsair, el corsario).
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