¿Por qué se mantienen los aviones en el aire?
P + 1/2 DV² = K. P es la presión en un punto. D es la densidad del fluido. V es la velocidad en el mismo punto. K es una constante.
Desde que el ser humano echó la vista al cielo para admirar lo que se cernía sobre sus cabezas, ha anhelado sobrevolar el mundo y sentirse más cerca de las estrellas. Quizá por ello siempre ha intentado estrujarse la cabeza para encontrar el modo de hacerlo posible.
La experimentación nos dice que nuestros cuerpos no fueron diseñados para poder surcar los aires como el águila o el gorrión por lo que después de infructuosos intentos nos dimos cuenta que necesitabamos algo que nos mantuviera a salvo de la temida gravedad.
La teoría la propuso Daniel Bernuilli en el siglo XVIII. Allá por el año 1738 publicó sus estudios sobre el comportamiento de los fluidos en una obra llamada Hydrodynamica. Todo ello se resume de una manera sencilla; la energía que posee un fluido, en nuestro caso el aire, permanece constante a lo largo de su recorrido.
Hubo de pasar bastante tiempo hasta que los famosos hermanos Wright dieran con la tecla adecuada. Crearon un tunel aerodinámico e investigaron con distintos perfiles y sus angulos de ataque.
Un perfil es basicamente un ala de avión y según el teorema de Bernuilli, el aire que recorre el ala por debajo de ella y el que va por encima tienen la misma energia. Por lo que si variamos la velocidad y la subimos por ejemplo, la presión tendrá que bajar para mantenerse constante.
Hasta aquí he hablado de manera muy somera del motivo por el que hoy en dia volamos, pero ¿qué ocurría antes?
James Matthew Barrie escribió, poco antes de que los Wright surcaran los cielos, una pequeña obra de teatro llamada Peter Pan y Wendy. En ella, un niño de diez años decía que se podía volar. No hacían falta perfiles aerodinámicos, ni teorías sesudas. Para llegar a las estrellas tan solo había que creer en la posibilidad de hacerlo y tener a Campanilla a nuestro lado para que esparciera un poco de su polvo de hadas.
Claro, estas ideas a comienzos del siglo XX sonaban a cuentos, uno de esos que los padres londinenses leerían a sus hijos antes de dormir. Y, seguramente, si a un adulto le diera por aseverar que el tal Peter estaba en lo cierto le dirian algo como "...chico, tu tienes pájaros en la cabeza..."
Sin embargo aún hay más. Cualquiera que haya probado la mescalina, el peyote o el LSD, por citar algunas sustancias alucinógenas, podría garantizar que él o ella habrían volado bien alto. ¡Menudo viaje! Exclamarían poniendo los ojos en blanco y silbando, recreando el sonido del aire allá arriba.
Pero vayamos unos años antes de J.M. Barrie y su amigo Peter. ¿Quién quisiera volar como podría hacerlo?
Una niña de 14 años tenía la solución a tal cuestión. Rossa Matilda Richter, la susodicha chica, surcó los aires maravillando a todos los presentes. En 1877, un artilugio creado por el ser humano permitió a Rossa acariciar las estrellas, o al menos las nubes que en ocasiones nos las ocultan. Lanzada por un cañón, en el que se le había acoplado un resorte en su interior, logró sobrevolar a la audiciencia que se citaba en el circo del empresario P.T. Barnum. Un lugar destinado para la exhibición de cosas extraordinarias fue el emplazamiento de la primera bala humana, permitiendo que los asistentes soñaran con llegar más allá de las estrellas, si el impulso era lo suficientemente potente.
No obstante, dejando de lado todo este galimatías de ecuaciones y nombres del pasado, creo que la clave para conseguir acercarse a los astros se resume en una frase de ese niño tan sabio al que acompañaba un hada pequeñita y revoltosa.
"No dejes nunca de soñar, solo quien lo hace aprende a volar." Peter Pan.
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