El piano repiquetea junto con el inconfundible sonido de un saxo, cuyas notas musicales recorren raudas y veloces la Quinta Avenida, girando bruscamente para adentrarse en Broadway.
"Adoraba Nueva York, la idolatraba de un modo desproporcionado. La sentimentalizaba desmesuradamente. Sin importar la época del año, aquella seguía siendo una ciudad en blanco y negro que latía a los acordes de las melodias de George Gershwin. Sentia demasiado romanticamente Manhattan."
Con estas palabras comienza Woody Allen ese gran alegato a favor de las relaciones humanas y de su ciudad; una visión tremendamente idealizada de la gran metrópolis.
Estas frases de su película "Manhattan" las tenia en mi cabeza la primera vez que caminé por sus avenidas infinitas llenas de edificios mastodónticos, gigantes de piedra que se llegan a unir con el mismo cielo.
Creo que es la mejor ciudad del mundo y hay muchas razones para afirmarlo con tanta rotundidad. Pero quizá las palabras no harian justicia a todo lo que ofrece a los sentidos.
Sin embargo, describiré tres instantes robados al tiempo.
La última noche que pasé respirando su aire viciado por mil olores. Sentado en Times Square observaba el bullicio de un viernes por la noche. Me sentía en el ombligo del mundo, mirando hacia todos los lados intentando captar cada detalle. Los neones de los restaurantes, los carteles de los espectáculos de Broadway, los taxis amarillos que a esas horas llenaban el asfalto, los miles de flashes de los turistas tomando fotos a cualquier ricón de la plaza, gente saliendo de las tiendas con bolsas de marcas elitistas, consumismo, comida, bebida, movimiento...vida. Miré hacia arriba, al oscuro cielo y pensé, amo este lugar.
Me desplazo ahora a Central Park. Es domingo y la primera vez que ando entre sus árboles; mi primer paseo por sus senderos. Asombrado veo a las ardillas corretear por las ramas secas perdiéndose en algún oscuro y profundo hueco de aquellos troncos inmensos .Observo las bonitas calesas sacadas de otros tiempos, tiradas por caballos igual de grandes que los de aquí pero que parecen crecer en tamaño por la envergadura de lo que nos rodea. Me fijo en las chapas metálicas que adornan los bancos de madera con nombres de gentes anónimas que desearon inmortalizarse en ese gran pulmón verde en el que los ruidos del intenso tráfico se confunden con el de las hojas de los árboles susurrando cosas ininteligibles para los oídos humanos.
Después de pasar unas horas deambulando por el extenso parque encuentro un lugar especial. Un grupo de unas 20 personas rodean un mosaico en el suelo. En él puedo leer la palabra "Imagine" adornada por una decena de ramos de flores. Esas personas empiezan a cantar melodías escritas por John Lennon.
Estoy en Strawberry Fields, un pequeño rincón del parque, a unos metros del edificio Dakota, donde el místico músico residía, donde murió. En ese fatídico lugar le asesinó Mark David Chapman. Y escuchando como la gente, al unísono, cantaba "imagine" mientras una chica colocaba otro ramo más alrededor de los que ya estaban, miré al horizonte. Observando la imponente silueta del maravilloso edificio Dakota me dije, amo a esta ciudad.
Estoy en un ferry, absorto en las olas generadas por la proa del barco, viéndolas alejarse poco a poco. Huele a mar, huele a libertad.
No se de un sitio más idóneo para admirar el océano que la proa de un buque a plena potencia surcando sus aguas. Observo las gaviotas que revolotean alrededor; un barco se cruza con el mío y a modo de saludo, puede que incluso para deseame una feliz travesía, lanza un sonoro pitido sacándome de mi ensimismamiento para observar justo enfrente a la gran dama de bronce. La Estatua de la Libertad, magnífica mole metálica que lleva dando la bienvenida a los que llegan a esa parte del mundo desde hace unos 200 años. Una sensación embriagadora, de estar ante algo extraordinario, llena mi alma. El corazón se encoge y late con más fuerza. Al acercarse el ferry a la isla donde esta situada sobre su gran pedestal pétreo me doy cuenta del descomunal tamaño que tiene la estatua y mis ojos delatan la impresión que me produce. Al desembarcar y estar ante los pies del símbolo por antonomasia de la libertad pienso, amo esta ciudad.
El piano deja paso a Billie Holiday cantando "as time goes by" creando con su bellla voz la atmósfera perfecta para dejar una botella con un mensaje dentro. Qué mejor lugar para dejarla que en el sitio donde la gente ha soñado, desde hace tanto tiempo, con un futuro más mágico.
Asi que sin dudarlo ni un solo instante, en las gélidas aguas del Atlántico, lanzaré una misteriosa botella al mar. Un recipiente que contiene un mensaje garabateado en una noche solitaria. Una carta llena de lágrimas, derramadas al escribirla.
Hola mi niña. Me encantaría tenerte junto a mi mientras te susurro estas palabras al oído. Sin embargo, ni tan siquiera se quien eres, aún así te echo en falta.
Echo de menos tus abrazos cuando estoy triste, tus miradas de complicidad al reirnos, tu suave mano cuando paseamos. Extraño tu sonrisa cuando digo alguna tonteria, tus besos al despertar, tu forma de tocarte el pelo cuando te miro y te pones nerviosa.
Tengo tantas ganas de acariciar tu brazo mientras esperamos en la parada del autobús, de cogerte entre mis brazos y decirte al oido que eres maravillosa, que la espera se hace interminable.
Por las noches me entristece no poder escuchar un te amo salido de tus labios, e inconscientemente aprieto la almohada pensando que eres tú. Dormido la estrujo contra mi pecho, y al despertar y ver que no estas mi corazón se empequeñece.
Millones de segundos perdidos sin besarte. Millones de razones por las que escribirte y lanzar esta carta al infinito océano.
Espero que las mareas y corrientes te la hagan llegar y, estés donde estés, te suplico que me busques porque no aguanto más sin poder decirte, mirandote a los ojos, que eres el amor de mi vida y que mi alma te pertenece.
Aún no te conozco pero lo se, estamos hechos el uno para el otro.
Necesito soñarte mientras no pueda sentir los latidos de tu corazón. Te amo. Eternamente.
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