Las palabras sobre la puerta realizaron su tarea y mágicamente, como un ancestral sortilegio que las hadas de todo el mundo ya hacieran en un pasado remoto, la realidad se transfiguró ante mi y pude ver a Cenicienta.
Me froté los ojos, no era posible aquello. De acuerdo que estaba en Fantasyland, y que antes me había tomado un enorme helado cuyo azúcar pudo haber hecho de las suyas al recorrer mi torrente sanguíneo, pero...¿dos Cenicientas? Un momento, ¿allí hay otra más?
La historia comienza con un nombre, Beatrice, al cual le sigue otro, Menkaura. Beatriz y Micerinos estarán unidos para toda la eternidad, ya que el sarcófago del primero descasa en las tripas del buque mercante inglés apodado "La Beatriz" en las costas Cartageneras.
Micerinos fue un faraón de la IV dinastía, conocido por el común de los mortales por una de las pirámides que acompañan a la de Keops en la meseta de Gizeh. Esta construcción fue ya en su época objeto de muchas leyendas, historias de las que el gran geógrafo griego Estrabón o el mismísimo Heródoto se hicieron eco.
Contaban las malas lenguas que allí, bajo las decenas de miles de toneladas de roca traída de canteras etíopes y mármoles de procedencia inverosímil para una sociedad tan temprana, descansaba el cuerpo de la bella Ródope.
El fuego calentaba los cuerpos de los niños que rodeaban a la mujer en un círculo perfecto. Las noches invernales en la ribera del Nilo eran frías y las familias se apiñaban alrededor de la cálida y refulgente fogata, mientras la anciana contaba una de sus historias de un pasado aún más remoto.
Ródope era una muchacha Tracia, que tras ser raptada por unos piratas que hacían del Mediterráneo un mar peligroso, fue a parar al país de los faraones para ser vendida como esclava a un mercader egipcio. Este era un hombre viejo y bondadoso, no así sus otras siervas que traían de cabeza a la pobre Ródope, apodada así por su piel clara y mejillas sonrosadas. Al ser extranjera y de una belleza sin igual en el país del Nilo, las otras chicas la tenían envidia y no paraban de mandarla hacer infinidad de cosas. Tráeme agua del río. Cose las túnicas. Cuida de los animales, no se vayan a escapar. Sin embargo, Ródope no daba importancia a tales infortunios y cantaba y danzaba inocentemente dando alegría al anciano que la había adquirido por unos cuantos dátiles y leche de cabra. En agradecimiento, el viejo mercader le mandó hacer unas sandalias especiales para ella, así no destrozaría sus desnudos pies cada vez que le diera por bailar mientras lavaba las túnicas en la orilla del río.
Para celebrar un buen año de cosechas, y hacer ofrendas a los dioses, el gran faraón Amosis convocó unas fiestas a las que todos sus súbditos estaban invitados. Todos en el reino irían a presentar sus respetos a los dioses y a su representante en la tierra, el faraón. Todos menos Ródope, ya que las malvadas siervas del mercader le habían ordenado adecentar el hogar mientras ellos estaban fuera.
Tras un día agotador de trabajo se fue al río a bañarse, quitándose las sandalias para no estropearlas, y entonces sucedió que un halcón, creyendo que era una sabrosa presa, le birló una de ellas.
Este halcón surcó los cielos hasta la ciudad de Menfis y allí, en medio de la plaza donde tenían lugar los festejos soltó la susodicha sandalia yendo a parar al trono de Amosis. El faraón creyó ver en esto una señal del divino Horus y mandó buscar a la dueña de la sandalia. No la halló en las cercanías de la ciudad así que se subió en su barcaza real y recorrió el Nilo en busca de la que sería la futura reina consorte del Alto y el Bajo Egipto.
Amosis logró encontrar a Ródope y tras las protestas de las siervas del mercader, al ver que su reina sería una extrajera, el faraón sostuvo que ella era la más egipcia de entre todas las mujeres ya que sus verdes ojos eran como las aguas que serpetean por el Nilo, su cabello era tan plumoso como el mismo papiro y su piel era tan sonrosada como la bella flor de loto.
Evidentemente Heródoto, como gran historiador que era, se dio cuenta de algo imposible. Los reinados de Micerinos y Amosis distaban unos mil años uno del otro. ¿Cómo sería posible, entonces, que la pirámide de Gizeh fuera construida como lugar de reposo del alma de la bonita Ródope?
Cosas de hadas respondería Charles Perrault, a la enigmática pregunta. La magia haría acto de presencia y la versión del cuenta cuentos francés se tornó en una historia llena de encantamientos, maleficios y hechizos de tal fascinación que dejaron boquiabiertos a todos los niños de la Europa moderna. Hacía finales del siglo XVII escribió un pequeño relato al que puso por título, Cendrillon ou la petite pantoufle de verre.
La sandalia se convirtió en zapatito de cristal y el poderoso faraón se transfiguró en un encantador príncipe. Ahora Ródope viviría en las mentes más soñadoras con el nombre de Cenicienta, a la que ayudarían contra sus malvadas hermanastras y terrible madrastra un sinfín de curiosos animalitos.
Bibbidi Bobbidi Boo.
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