Mi llegada a la isla de Oahu fue extraña. Debido al cambio de horario, llegaba a Hawaii desde Seattle y a que en las islas anochece muy pronto, mi sensación al pisar el aeropuerto de Honolulu fue de lo más rara. El equipaje tardó en salir y después de una hora de espera por problemas en la cinta transportadora me dispuse a coger un taxi. Y en el camino hasta la parada me di cuenta de que estaba en otro mundo. La humedad era increíble. La sensación de calor agobiante, sobre todo porque en Seattle hacia un frío de mil demonios, te daba la bienvenida a la isla situada en medio del pacífico. Y entonces me fijé en la gente. Enorme. Los hawaianos son muy, pero que muy grandes. De pronto sonreí, veía a la gente con el típico collar de flores, el lei. Algo tan de allí me hizo olvidar el cansancio y mi mentalidad fue otra. Desear empaparme desde ese primer momento de la cultura polinésica. Sin embargo al coger el taxi mi semblante cambió, ¡estaba lloviendo! Iba a Hawaii para disfrutar de la playa y me topaba con la lluvia. No me lo podía creer.
Mi hotel, uno de los dos en los que estuve, se encontraba en Waikiki Beach. El trayecto desde el aeropuerto fue un poco decepcionante. Quizá por estar lloviendo, pero al bajar del taxi me quedé con la boca abierta. Me encontraba delante de un hotel curioso, lleno de detalles y adornos hawaianos. En la entrada un hombre me saludó con un aloha y desde ese mismo instante me relajé y disfruté. Para mi era un sueño estar allí y mi cara debía de delatarme porque el botones que se ofreció a coger mi maleta me miró sonriendo y me guiñó un ojo diciéndome en un inglés con marcado acento. ¿Bonito eh?
La habitación que me dieron era bastante buena para el precio por el que había hecho la reserva. Una habitación con un pequeño jardincito que daba a la piscina. Y al salir a contemplarla ya supe a ciencia cierta que estaba allí, en Hawaii. Un hombre cantaba canciones polinesias mientras la gente cenaba rodeada de antorchas junto a la piscina. Realmente encantador.
Era tarde y estaba agotado así que fui a dar una vuelta y ver si encontraba un sitio abierto para comprar algo de cenar y tomarlo en el el jardín de la habitación.
Cuando uno espera algo con muchas ganas crea unas expectativas difíciles de cumplir y esa primera inspección de los alrededores del hotel no me causaron gran impresión. Lo que al día siguiente descubrí me llevaría a pensar que mi primer acercamiento fue una visión erronea o simplemente que cogi el camino malo, porque Waikiki Beach es un lugar alucinante.
Por la mañana, al despertar y abrir las cortinas vi el cielo azul y eso me hizo correr a la maleta y sacar el bañador deseando disfrutar de mi primer día en las playas surferas más famosas del mundo entero. Después de estar un rato en la piscina recorrí la playa. ¿Cómo describirla? Es distinta. El agua es en algunas zonas muy clara, se ven los peces pequeñitos nadando entre las rocas y los ves porque hay un tramo en la que la playa es testimonial. Son playas creadas por los propios hoteles pero es un paseo muy bonito, mirando al fondo la montaña volcánica que domina la isla y desviando una y otra vez la mirada al horizonte viendo a los surfistas montando en las olas y deslizandose hasta caerse.
Volví al hotel a comer en un restaurante frente del mar. Pedí una hamburguesa estilo hawaiano con piña, que la meten en todos lados, y no miento. Hasta en la coca cola me han llegado a poner un trozo en vez del limón típico. Mientras esperaba la comida me sentí en el paraíso. Tengo ese recuerdo en mi mente ahora, viendo por la ventana el invierno gris y plomizo de Madrid deseando estar allí, escuchando el mar y viendo ese azul del cielo tan intenso, tan azul.
Pero si por el día Waikiki Beach es alucinante, al anochecer es increíble. Miles de antorchas encendidas llenan las calles del barrio turístico por excelencia de Honolulu. ¿Cómo no lo vi la noche anterior? Inexplicable.
Siguiendo la senda de antorchas fui a parar a la avenida principal. Llena de tiendas de lujo, restaurantes japoneses, centros comerciales, hoteles, y gente. Mucha gente. Y mayoría de japoneses, nunca supuse que habría tantos. Con las manos llenas de bolsas de Gucci, Armani, Dior... Y al cuello la cámara de fotos tapada por el lei de turno que te venden en los supermercados por un dólar pero que sí los quieres de flores naturales te cuestan 20. Esta calle me impresionó. El ambiente es único. Una de las noches andaba mirando escaparates y escuché una sirena, era el camión de bomberos. Nada especial me dije, pero al verlo pasar aluciné, en uno de los laterales, junto a la manguera, llevaba una tabla de surf. Hawaii es, como digo, único. Y hay que estar allí para comprobarlo. Pasear por el mercadillo de productos naturales, donde miles de aromas deleitan los sentidos. Caminar entre la gente admirando a los artistas callejeros, algunos con más destreza que otros. Dejarte caer por el laberinto de puestos del mercadillo de souvenirs, en el que chinos y hawaianos compiten por venderte la cosa más estrafalaria posible. Llegar hasta la estatua del Gran Kahuna, de nombre hawaiano impronunciable, inventor del surf moderno y que veneran poniéndole multitud de leis por el cuello. Esta avenida está llena de vida, y a cada paso que das descubres que estás perdidamente enamorado de este lugar.
Pero Hawaii no sólo es sol y playa, tiendas y restaurantes. Oahu es un lugar fundamental en el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial. Pearl Harbor es historia. La bahía de Pearl esta llena de sueños incumplidos. Deseos de toda aquella gente que murió en el bombardeo de los japoneses un día de Diciembre de 1941. Un día, que como dijo Roosevelt en su famoso discurso, vivirá en la infamia. Allí, surcando las aguas de la bahía, te das cuenta que hasta el paraíso más maravilloso puede tornarse en un infierno cruel y devastador. Mientras me dirigía en un pequeño barco hacia el Arizona Memorial, el lugar en el que reposa el famoso destructor, pensé en la voracidad del hombre y deseé, por un instante, no haberme acercado hasta ese histórico lugar. Ese sentimiento pasó al mirar a lo lejos, al horizonte, y ver el contraste de los dos azules más bonitos del mundo, el del cielo y el mar de Hawaii.