¿Qué tendré que ver yo con toda esta serie de pequeños seres? ¿Qué me unirá a toda esta serie de mágicos y entrañables personajes?
Empezaré con los gnomos. Mi primer contacto con estos diminutos habitantes de los bosques fue en la serie de dibujos animados de David el gnomo. De chaval veía fascinado las aventuras de David y su familia junto a su inseparable amigo el zorro Swift. Llegué a odiar a los trolls con todas mis fuerzas. Me encantaba pensar que en algún bosque por ahí perdido se podían encontrar, dentro de árboles centenarios, las casitas de estas pequeñas criaturas.
Mi segundo contacto con los gnomos fue en Tenerife, hace 4 o 5 años. Andaba yo perdido por esas carreteras tinerfeñas llenas de cuestas y brumas. Yo disfrutaba de la conducción montaña arriba, montaña abajo. En esto que, de pronto, al coronar una pequeña colina mi acompañante lanza un grito al aire. ¡Coño, un gnomo! Lo dijo con tal convicción que la creí. Ella estaba segura de haber visto ese gnomo en la lejanía. A los pocos segundos me descojoné de risa. Lo que ella pensó que era un ser mitológico no era sino un hombre trabajando en sus tierras. La decepción por no poder contemplar un gnomo de verdad se tornó en una risa que duró durante todo ese día.
¿Qué puedo contar de los duendes? Bueno mi conocimiento de estos hombrecillos es limitado. Sin embargo si que me he topado en alguna ocasión con ellos. No hay duda que los duendes más conocidos son los irlandeses, los leprechauns. Estando en un par de ocasiones en algún garito irlandés me he visto en la situación de contemplar cara a cara a uno de estos juguetones seres. O quizá sea el ron que se me subió un poco a la cabeza. Quien sabe. No obstante cada vez que me adentro en estos locales en busca del servicio mis sentidos están alerta. Ojo avizor. Pendiente por sí a alguno le da por aparecerse sin previo aviso y darme un buen susto.
En las Vegas, también tuve mi encuentro con los duendes. Pero esta vez no estaban ocultos, sino a la vista de todos. Y te llamaban con un sonido peculiar. Si, era una vulgar tragaperras. Una de duendes irlandeses. No se por qué pero me llamó la atención y metí un billete. No me gusta jugar a estas máquinas pero en esta ciudad es inevitable y curiosamente gané algo. Pero creo que fue sólo porque a uno de los leprechaun le caí bien y llamó a sus amiguitos para formar 3 en línea. Mera ilusión ya que a estos hombrecillos les va la juerga y al día siguiente pensando que ya éramos amigos volví a meter un billete y esta vez desapareció en la entrañas de la tragaperras. Un consejo, no os fiéis de los duendecillos verdes.
Veamos, tocan los elfos.
Sólo tengo conocimiento de los elfos por la literatura y el cine. Tenía los libros de la trilogía desde hacía tiempo pero hasta que no se estrenó en la pantalla grande el señor de los anillos no me dio por leer acerca del mundo inventado por Tolkien. Me encantaría poder ir a Lothlorien o Rivendel y poder ver a estos seres. De belleza infinita e inmortales. Todo lo que yo podría desear. Vivir eternamente mientras el mundo fuera mundo y las estrellas brillaran en el cielo nocturno. Y porque no, conocer a Galadriel y tener muchos elfitos pequeñitos. En fin, sueños.
Las hadas son otra cosa. Hay tantas y tan diversas que me podría explayar durante horas y horas. He tenido mucho contacto con ellas. Hadas tan buenas que te enamoras de ellas y hadas terribles que casi se han transformado en malvadas brujas. Pero siempre son bellas. De ahí su encanto. Te enamoran con sus ojos, con sus facciones, con sus palabras. Te embaucan en cierta forma. Algunos, entre los que yo me encuentro, creen que las hadas son ángeles caídos a la tierra. Seres que no pueden estar ni en el cielo ni en el infierno. Seres que no son terrenales. Las hadas, por tanto, serían esos ángeles de los que tanto he hablado. Quizá primas hermanas, quizá los mismos ángeles con distinto nombre.
Tinker bell o campanilla es el hada más conocida. Y tengo una historia sobre ella.
Sucedió en Orlando. Sentado a los pies del castillo que domina Magic Kingdom, el reino mágico. El lugar más especial del planeta. Las luces se apagan. El castillo se ilumina. Unas notas musicales empiezan a sonar y se oye a una niña cantar. Una canción bella como pocas. Una melodía que empieza a ponerte sensible. De repente aparece en lo alto campanilla y empieza a volar. Atraviesa nuestras cabezas dejando en el aire su polvo de hadas. Y una sonrisa junto con una lágrima aparece en mi rostro. Soy Peter Pan admirando por primera vez ese maravilloso ser. El polvo me ha alcanzado y puedo soñar con volar. Mi alma se siente libre. Mi corazón lleno de emoción. ¡Quiero ser Peter e ir al país de nunca jamás!¡No quiero dejar de soñar!