Sin un rumbo fijo me topé con la tienda de las revistas y libros. Entré no porque fuera a comprar algo sino para matar el tiempo hasta que por el altavoz del aeropuerto dijeran que me tocaba embarcar. Ojeé alguna revista de coches, mirando las fotos, leyendo algún que otro titular. Vi alguna portada de los periódicos locales. Y al llegar a la sección de libros curioseé que tipo de lectura les gustaba a los americanos o que es lo que más se vendía por esos lugares. Y un hecho me llamo la atención, en esos estantes vi un libro que no esperaría ver entre los más vendidos en una tienda de aeropuerto. Puede que algún francés curioso lo hubiera dejado ahí por equivocación, con prisas porque su avión daba el último aviso. Puede que fuera cierto que estaba entre los 20 libros más vendidos, quien sabe. El caso es que entre libros de autoayuda, libros de conspiraciones varias, y alguna novela histórica, allí se encontraba una edición de Madame Bovary.
Hace unos años paseaba por la ribera del Sena, viendo pasar los barcos turísticos por sus verdes aguas. Estaba en la zona de los puestos de libros viejos, de carteles de cabarets de otro siglo como le chat noir, el gato negro, de postales de un París antiguo y bohemio. Ya cerraban. Muchos libreros ya ponían sus candados y se iban a sus casas con los euros de los turistas en los bolsillos. Algún tendero más sonriente que otro porque el día se le había dado mejor. Casi llegando al final, entre un puesto y otro me paré a hacer una fotografía del río con el atardecer y la estampa de Notre Dame de fondo. Me pareció precioso, los árboles, el río, los arbotantes de la catedral, la cúpula. En definitiva, París en estado puro. La esencia de esa ciudad evocadora, romántica y sin lugar a dudas con una luz especial. Pues, como digo, me acerqué al murete de piedra entre un puesto y otro. Saqué la cámara de fotos del bolsillo y al apoyarme para tomar un mejor ángulo de toda la ciudad vi un libro olvidado en el muro. Miré alrededor para dárselo al librero pero ya no había nadie. Todo estaba cerrado. Me encogí de hombros y me fijé en el libro. Hojas amarillentas, algunas dobladas en sus esquinas. La portada rajada un poco por abajo y manchada con un cerco redondo, como dejado por un vaso al apoyarlo encima de él. Había un dibujo de una mujer con vestido de época y sombrero enorme y en grandes letras el título. Madame Bovary. Dejé el libro donde lo encontré, hice la foto y seguí paseando por esa maravillosa ciudad sin pensar más en ese hecho hasta el día de hoy.
Esta mañana iba en el autobus con los auriculares puestos escuchando música, como cada mañana. Desde hace un par de semanas veo a una chica que se sube en una de las últimas paradas. Una mujer preciosa. Rubia, pelo largo y liso. Cuerpo increíble y lo que más me llama la atención de ella, mirada inquietante. No es una mirada dulce, ni una mirada dura. No es una mirada somnolienta, ni triste, ni alegre. No es una mirada que transmita calor ni frío. Sus ojos son preciosos pero la mirada no deja traslucir ningún sentimiento. Podría decir que es una mirada vacía pero tampoco sería la definición correcta. Desde hace un par de semanas subo al autobus rezando para que nadie se siente a mi lado hasta que estemos en su parada. Imposible que mi súplica se cumpla. A esas horas raro es el día que no va lleno. Pero hoy ha sido un día especial. No, no se ha sentado a mi lado. Pero han ocurrido un par de cosas extrañas. La primera es que al subir hoy, ella llevaba un libro en la mano. Una pequeña edición de Madame Bovary. Y este detalle ha hecho que durante todo el trayecto piense en ese libro. Y recuerde. La segunda y más increíble es que al bajar del autobus ambos nos hemos cruzado y su mirada se ha posado en mi durante unos segundos. Y lo que me parecía una mirada inquietante desde la distancia se ha transformado en una mirada arrolladora. Mi corazón ha latido con fuerza. Mis ojos, durante un instante, se han encontrado con los suyos y ha sido una experiencia demoledoramente sensual. Su mirada tenía tanta fuerza que no he podido evitarlo, al final he acabado desviando la mia. Todo ha ocurrido rápido, sin pausa, pero para mi han sido momentos intensos, terriblemente vibrantes.
Y con esa energía pasando de su mirada a la mía me ha dejado bajando las escaleras del autobus. Y la he visto desaparecer en los tornos del metro. Medio tonto, me he quedado parado un rato reteniendo en mi mente ese breve instante. Pensando en Madame Bovary, en París, en un aeropuerto lejano y en las casualidades de la vida.
Hechos extraños a parte, lo cierto es que me acabo de bajar una versión de la novela de Gustave Flaubert en el ipad y creo que esta tarde empezaré a leérmela. Así, si alguna vez esta chica se sienta a mi lado, podré hablarla del libro y de como me ha perseguido hasta el momento de encontrarme con su enigmática mirada.