- Pan si, ¿cuanto?
- Dame tres por favor.
Rubén estaba en la tienda de los chinos de la esquina. Se había quedado sin pan y eran las 11 de la noche. Con tres barras sería suficiente. Pagó y la amable tendera asiática le devolvió las vueltas junto con un par de chicles que siempre le regalaba. Él se despidió con un gracias y ella con una amplia sonrisa desvió su cara y se puso a mirar la pantalla del ordenador en la que tenía puesta una película de Kung fu subtitulada en lo que Rubén supuso sería chino mandarín.
Al salir a la calle sus ojos se desviaron inconscientemente al cielo. Una luna inmensa se veía en lo alto. Respiró profundamente y volvió al trabajo.
Una hora antes en el edificio que tenía la agencia China aeroespacial (CNSA) un técnico de guardia llamado Xin Luquond tecleaba unas órdenes en el terminal de su oficina. Era el encargado de vigilar la órbita lunar mediante el satélite que habían lanzado hacia pocas semanas. Y una cosa le extrañó, junto al punto que simulaba ser la luna se veía otro que giraba en torno suyo.
En ese mismo instante en Moscú un militar ruso muy sofocado, por la carrera que acababa de hacer, tocaba a la puerta del General Oleg Posgonov.
A toda prisa hizo el saludo militar y le tendió una hoja de papel. El General leyó lo siguiente....
La Agencia Aeroespacial Federal Rusa ha hallado un rastro de un objeto no identificado siguiendo la órbita lunar. El Presidente Medvedev ha recibido puntuales noticias y ha convocado una reunión a las 02:15 horas de este mismo domingo para evaluar las posibles actuaciones que han de llevarse a cabo.
Posgonov se quedó pensativo unos segundos y se preguntó que maldita cosa habrían descubierto los de Roscosmos.
Timothy O'Brian comía un sándwich de atún sobre la mesa de su cúbiculo. Estaba harto de pringar todos los fines de semana pero no podía quejarse, era lo que había soñado toda su vida. Su chapa colgada de la camisa decía que era analista de la Agencia aeroespacial más importante del mundo, la NASA. El teléfono sonó y alguien al otro lado gritó algo que hizo que Tim, con sus 90kg de peso, saliera corriendo hasta los monitores de control. La voz del teléfono tenía razón, en la pantalla central de 100 pulgadas se veía un gigantesco platillo volante.
Un instante después Tim cogió el auricular y llamó a su superior. Esperaba encontrarlo en casa. Eran las 17:30 del Sábado y rezó para que no hubiera salido de barbacoa con su familia como hacia cada fin de semana.
Rubén acababa de terminar de cenar. Había ojeado el periódico mientras se terminaba una cocacola. Miró su reloj. Las doce de la noche. Hora perfecta para recoger parte de la terraza. Salió de la cocina.
- Chicas, voy a subir la terraza. Si me necesitáis llamadme.
El silencio era extraño. La calle estaba desierta. Tardó en darse cuenta de lo que ocurría. No miró hacia arriba hasta pasados un par de minutos pero cuando lo vió se quedó alucinado. Un disco increíblemente grande ocupaba gran parte del cielo. Entonces, al mirar hacia arriba se dio cuenta de que todo el mundo observaba ese objeto desde sus ventanas. En absoluto silencio. Hasta que todo se volvió una locura. Un rayo de luz salió del centro de la nave. Y de pronto una explosión. Una señora gritó. Y eso fue el detonante para que la cordura abandonara a los seres humanos. Todo se descontroló en un momento.
La reacción de Rubén fue instintiva. Corrió hacia el bar.
- Id a por vuestras familias. ¡Rápido!
Mientras se ponía los vaqueros la llamó. El teléfono comunicaba. ¡Joder! Se puso la camiseta y cogió las llaves del coche. Volvió a intentarlo. ¡Maldita sea! Ahora sonaba un mensaje de líneas saturadas.
Cerró el local y se despidió de sus chicas con un abrazo.
- Salid del centro de la ciudad. No os quedéis en casa. ¡Moveos!
El caos iba en aumento. Y Rubén pensó que en la rapidez estaba el éxito. Debia coger el coche antes de que todo se atascara. Tenía que llegar hasta ella.
Al ser por la noche mucha gente ya dormía al aparecer aquello en el cielo pero los gritos y las explosiones empezaban a despertar a los que aún soñaban plácidamente en sus camas. En unos minutos sería imposible moverse por el centro de Madrid. Rubén aceleró, esquivaba coches y gente. La adrenalina le hacia estar más atento aunque en un par de ocasiones estuvo a punto de perder el control de su coche.
Llegó a su casa. Subió rápidamente esperando que no hubieran salido aún de allí. Notaba a los inquilinos mirando por las mirillas, cerrando las puertas e incluso moviendo muebles. Sabía que eso era un error y no permitiría que ella se quedara ahí a merced de lo que diablos fuera lo que manejaba aquel platillo volante.
Llegó hasta la puerta y ella le abrió con lágrimas en los ojos. Se abrazaron fuertemente y ella le susurró algo al oído.
- Papá ha muerto, su casa ha sido alcanzada por un rayo.
Rubén la besó.
- Lo siento cariño.
- ¿Qué es todo esto?¿Qué sucede Ru?
- No lo se, pero debemos movernos. Quedarse quieto es morir.
- La niña duerme.
- Despiertala. Vístete y abriga a la niña. Voy a intentar hacer una llamada.
Rubén cogió de nuevo su móvil y marcó un número. Daba señal.
- ¡Dios Gordi! ¿Has visto lo del cielo?
- Pensé que era sólo en Madrid, tenía esa esperanza.
- ¡Aquí en Pamplona hay un OVNI enorme!
- Dani, ¡sal de ahí! Lanzan rayos indiscriminadamente.
- Ya, Maite esta avisando a su familia. Y yo he hablado con Susana. Ella va a huir con unos amigos. Me ha dicho que se pondrá en contacto con nosotros en cuanto pueda.
- Perfecto. ¿Nos encontramos en La Manga?
- ¿Crees que allí no habrá nada?
- Creo que lo mejor es abandonar las grandes ciudades. De momento es lo único que se me ocurre. Ten cuidado Pumi. ¡Un abrazo para ti y para Maite!
Al colgar, ella estaba lista junto a la niña. Rubén cogió una bolsa de lona y metió algo de comida. Se la colgó al hombro.
Se agachó un instante y habló a la niña de 5 años.
- Cielo, ahora tienes que correr mucho y no soltarte de tu madre, ¿vale?
La niña le miró con cara curiosa y asintió con su cabecita. Ella sólo le conocía desde hacia unos meses pero le había cogido cariño.
Se levantó y besó a la mamá.
- ¡Vámonos!
Volaron hacia el coche.
Ahora las calles eran una auténtica locura. Gente corriendo por todos lados que momentáneamente se paraban para mirar hacia arriba. Cámaras de móviles grabándolo todo. Perros ahuyando al cielo. Explosiones lejanas y no tan lejanas.
Rubén conducía a toda velocidad, frenando de golpe en ocasiones para acelerar segundos después haciendo rechinar los neumáticos. Pasados unos minutos cogieron la autopista. Y entonces por fin pudo respirar viendo desde el retrovisor los haces de luces que salían de la inmensa nave espacial.
Una hora más tarde la noche cerrada no dejaba entrever nada más que luces lejanas en el cielo. De pronto el piloto del depósito de gasolina se encendió. ¡Joder!
Un cartel en la carretera indicaba que en 10 kilómetros habría una estación de servicio abierta durante todo el día. La rápida reacción de Rubén le había dado un tiempo precioso antes de que el caos llegara hasta ahí.
- Cariño voy a parar. Te dejaré las llaves mientras pago. Si ves algo extraño enciende el motor y ve a por mi.
- Estaré bien, no te preocupes.
- Compraré algo para comer. ¿Te apetece alguna cosa en especial?
- Mmmmmm. Si, algo con chocolate.
- Ahora vuelvo. Te quiero niña.
- Te quiero Ru.
La puerta se abrió automáticamente. Todo parecía tranquilo. El hilo musical funcionando, el empleado leyendo una revista detrás del mostrador, una señora limpiando el suelo de un pasillo fregona en mano.
- 70 euros de 95 por favor.
- ¿En que surtidor esta?
Rubén se asomó para comprobar el número y ya de paso ver si todo seguía bien.
- El cinco. ¿Qué tal va la noche?
- Ya lo ve, aburrido echando un vistazo a los últimos modelos de Yamaha. Me quiero comprar una que la mía ya esta en las últimas.
El chico señaló con la cabeza una vieja moto aparcada justo delante de la puerta de entrada.
- Pues yo que tu cogería la moto y me iría bien lejos de aquí. Hazme caso, algo grande va a ocurrir.
Dejó los billetes en el mostrador y cuando ya salía se acordó del chocolate. Iba a volver cuando un destello se vió en el horizonte seguido de un chirrido que se le metió en la cabeza. ¡Qué demonios era eso! Corrió hasta el coche y puso el motor en marcha y salió disparado rumbo al este. A la costa.
Eran casi las cinco de la mañana cuando llegaron. Todo estaba desierto. Extremadamente silencioso y tranquilo.
Rubén cogió en brazos a la niña que dormía en el asiento trasero y subieron al piso. La recostó en el sofá y la tapó con una manta que sacó de un armario.
En ese momento de tranquilidad abrazó a la madre. Un instante de paz. Se besaron. Acarició su cara, esa carita que hacia unas horas mostraba una tristeza infinita por la muerte de su padre. Salieron a la terraza y vieron el mar. Escucharon el susurro leve de las olas cogidos de la mano sin decir una sola palabra. Ambos sabían que algo excepcional estaba ocurriendo. Algo que no llegaban a comprender del todo pero se tenían el uno al otro y las dificultades serían menores así. No importaba que el mundo se fuera a la mierda si ellos podían cogerse de la mano tal y como estaban ahora.
El cuerpo de ella se estremeció por el frío. Una pequeña brisa se había levantado y entraron en la casa de nuevo. Rubén buscó su móvil, la pantalla mostraba que no había cobertura.
Encendió la tele y un hombre vestido de blanco de pie sobre un fondo gris les miraba. En todos los canales estaba el mismo hombre sin expresión alguna. Un tío como cualquier otro.
Y empezó a hablar.
- Soy un enviado del planeta Corsi en la galaxia que vosotros llamáis XE-573. Nuestro planeta sufrió el impacto de un meteorito y quedó destruido. Necesitamos algo que vosotros tenéis aquí en abundancia para poder subsistir durante nuestro viaje. Sólo nos quedaremos lo estrictamente necesario para abastecernos. La demostración de hoy ha sido una advertencia ya que no queremos una guerra ni la devastación de vuestro mundo pero nada evitará que nos llevemos lo que buscamos así que esperamos la cooperación de los humanos. Con el nuevo día llegarán cambios en vuestro planeta, aceptadlos o moriréis.
Rubén, incrédulo aún por todo lo que había visto en las últimas horas, se dejó caer en una silla. Agotado por la tensión que había soportado se preguntó que era lo que buscaban en la Tierra. ¿Qué pasaría al amanecer?
Entonces ella se acercó por detrás, le besó en la nuca y le dio un suave abrazo mientras le decía al oído. Te amo, gracias por venir a por mi y protegerme. En ese momento a Rubén se le olvidó todo lo ocurrido esa noche y lo único que deseó fue hacer el amor con esa mujer hasta la salida del sol, quizá el último instante de placer entre ambos. Y levantándose pausadamente la cogió de la mano y la llevó al dormitorio donde se amaron como nunca antes. Y así esperaron el nuevo día, entre susurros y jadeos, entre sudor y pasión, entre risas y llantos de felicidad. Se amaban y ningún jodido alienigena del mundo exterior podría quitarles eso.