La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

domingo, 2 de febrero de 2014

Vanesa

¿Por qué un solo nombre es capaz de hacer que millones de sensaciones recorran nuestro cuerpo?
Me he despertado temprano esta mañana, y medio adormilado me ha venido a la cabeza esta curiosa pregunta no dejando que volviera a dormirme. No he podido soñar de nuevo dándole vueltas una y otra vez a esa cuestión intentando dar con una posible respuesta. En vela pues, me he decidido a escribir con mirada borrosa los inconexos recuerdos que fluyen a través de mis somnolientas neuronas.
Hace muchos años de esto, tantos que ha prescrito el crimen y creo que puedo hablar libremente de ello. En mi clase había dos niñas cuyo nombre era Vanesa. Una alta, la otra más bajita. Una Vanesa era con dos eses la otra sólo con una. Una rubia y de rizado pelo, la otra con melena castaña y lisa. Una me gustaba, la otra no. Con once o doce años esa chica se había adueñado de mi jovencísimo e inexperto corazón haciendo que muchas noches soñara que ella era una princesa de un fantástico reino y yo un noble caballero que intentaba conquistarla regalándole miles de flores recogidas por los confines del mundo entero. Si, de niño era tan bobo como ahora. Pero como digo, este delito ya ha vencido y no debo temer por condena alguna. Mis hermanos se burlaban de mi de camino al colegio, ellos conocían mi debilidad y la usaban para picarme. Me señalaban y decían....¡a Rubén le gusta Vanesa, a Rubén le gusta Vanesa! A lo que yo contestaba, ¡dejadme en paz! Incluso cuando querían ser malos de verdad solían hacerme ver algo que ya sabía de sobra. Me comentaban entre risas....si quisieras darle un beso tendrías que subirte a una silla. ¡Malvados!
Algunos años más tarde apareció otra Vanesa. Una preciosa rubia con ojos azules de Ecuador. Ya antes de que ella entrara en mi vida yo trabajaba con su prima, karina, más acorde con lo que tenemos en mente todos sobre una chica ecuatoriana. Una niña muy bonita también pero morena y con curvas, al estilo de Jenifer Lopez. Karina era encantadora pero su prima, Vanesa, tenía algo especial. Quizá fuera que desde que llegó anduvo detrás de mi, puede que fuera el acento tan sexy que ponía al decir mi nombre. El caso es que una tarde cuchicheaban entre ellas y no paraban de reírse. ¿Qué os pasa hoy, chicas? Pregunté. Esta noche he soñado contigo, me dijo Vanesa. Yo, que siempre la seguía el juego, contesté vacilandola. ¿Me contarás ese sueño Vanesita? Algo más tarde, me estaba haciendo la cena en la cocina y ella pasó dentro. Se acercó y me besó. ¿Cuanto duraría aquel beso? Se me hizo eterno y breve a la vez. Me gustó, demasiado. Durante un par de minutos, quizá alguno más, nuestras lenguas juguetearon. Mordisqueé sus labios. Acaricié su cara. De pronto se separó y me dijo sonriendo, eso es lo que he soñado Rubencito. Sinceramente, me quedé loco. Alucinado no pude contestar nada. Me dejó cenando y al salir me enfadé con ella. La regañé, ¡no puedes hacer eso Vanesa! Estamos en el trabajo, hay que ser responsable. En realidad me había entrado el pánico, no quería enamorarme de una mujer que podía desaparecer en cualquier momento. Y ella me gustaba demasiado para tentar a la suerte. 
Pasó más tiempo y otra Vanesa se cruzó por mi camino. Pero esta vez ella era algo más etérea y nebulosa. Alguien que sólo existía en mi corazón. 
Sucedió hace un par de años, una fría tarde de viernes de Febrero. No nos apetecía salir esa noche a ningún lado así que tirados en el sofá decidimos que cenaríamos en casa y veríamos un par de series. Un capítulo atrasado de Érase una vez y otro de Dexter. A ella le apetecía para la cena un buey de mar y yo quería una tarta de postre, de esas de polvos que se hacen en 20 minutos. En fin, la lista de la compra no es lo importante. Nos abrigamos bien y salimos a dar un paseo hasta el supermercado. Plumas, gorro, bufanda, guantes, todo puesto. Nos dimos la mano y anduvimos en silencio mientras la noche iba cayendo. A los pocos minutos me soltó una frase que hizo que todo se detuviera. He ido al ginecólogo y me ha dicho que tienes que hacerte tu también las pruebas. 
Ahora me tengo que remontar hacia atrás en el tiempo, dos años más, cuando probablemente en una mañana de sábado, de esas en las que no quería levantarme de la cama y deseaba seguir eternamente allí tumbado, tapado con las sábanas y hablando, hablando, hablando.....Mi mente vuelve a aquella mañana en la que decidimos que queríamos ser papas. Yo no estaba convencido, no creía que fuera a ser buen padre. Pero ella me juraba y perjuraba que si lo sería, veía mi cara cuando contemplaba a un bebe o a un crio y decía que yo sería el mejor padre que un niño pudiera tener. Yo no estaba de acuerdo, aún así dije que lo intentáramos, ¿por qué no? Nos amábamos y era un paso que había que dar. Y esa mañana de Sábado hablamos de nombres. Ella me había contado esta historia una y mil veces. Mientras su padre yacía en la cama del hospital, justo antes de morir, una promesa surgió de su alma. En tu honor le pondré a mi primer hijo Manuel, le dijo ella mientras a él se le caía una lágrima. A las pocas horas su papá murió y ella se quedó con la ilusion de, algún lejano día, honrar a su padre. Y esa mañana, ese decisivo sábado, me propuso varios nombres. ¿Cuál se llevó todos los votos? Si era niño, mi hijo se llamaría Imanol. ¿Y si era niña? Me tocaba a mi decidir y no tuve ninguna duda. Vanesa. 
Durante el transcurso de ese tiempo, entre ese ilusionante sábado y la pregunta de la fría tarde del viernes de hace dos años, lo intentamos. Y no hubo manera. Así que fué al médico y según ella me contó, el ginecólogo le dijo que tenía que tener ambas pruebas para hacer un estudio detallado de nuestro problema. 
Cogidos de la mano yendo a por el buey de mar y la tarta de queso con arándanos me paré al oír lo que decía y la miré a los ojos. Era la única parte de su cuerpo que veía. Sus expresivos ojos pardos me suplicaban que fuera. Yo en cambio, me negué en redondo. No voy a ir, la dije mirando a sus ojos, me da miedo. No quiero saber si el culpable soy yo. Me lo pidió de mil formas, me dió facilidades. Yo voy, traigo el bote y tu sólo lo llenas. No cielo, no. Seguimos intentándolo y si en Septiembre aún no te has quedado embarazada, me lo pienso. 
Al volver a casa, con la bolsa de la compra en una mano y la suya en la otra, la observé de soslayo. Su mirada había cambiado, veía unos ojos tristes y apagados. Pude intuir que en ese instante una pizca del amor que sentía por mi se había evaporado entre la niebla que empezaba a caer aquel frío viernes de principios de Febrero. 
Fui egoísta y cobarde. Tuve un comportamiento mezquino, rayando con la crueldad. La amaba y no tuve el valor de ser un hombre. 
Jamás la pedí perdón por todo esto. Nunca le dije que sentía haber sido tan horrible como para hacerla cargar con todo ese peso. Ella quería ser mamá y yo la miré a los ojos y me negué a llenar un triste botecito. Se que ella no lee lo que escribo, nadie de su círculo conoce mi blog. No lo hago, para en otro acto de cobardía aún mayor, pedirla disculpas sin mirarla a la cara. Escribo sobre esta Vanesa porque es una forma de seguir avanzando. Admitiendo mi error, mi vil comportamiento, intento ser mejor persona. Sólo fallando e intentandolo de nuevo se puede llegar a aprender a ser un hombre de verdad. 
En algunas ocasiones, cuando veo a una preciosa niña rubia con sus padres por la calle, pienso en Vanesa. ¿Me arrepiento de aquella decisión? Quizá de lo que no estoy orgulloso es de las formas. Mi fría mirada al decir ese rotundo no. Mi cabezonería. Mi miedo a las consecuencias. De eso si me arrepiento, sin duda. 
Las cosas suceden de una cierta manera y ya esta, no hay que darle más vueltas. Si esa niña no llegó sería porque no tenía que llegar, eso me dice la mayoría de la gente, pero no puedo dejar de pensar que si en vez de un cobarde no hubiera dicho un cariñoso claro que si, ahora estaría en el parque columpiandome, con Vanesa en mis brazos. Contándole, probablemente, alguna historia de piratas y sirenas, mientras acaricio su sedoso pelo y nos movemos arrastrados por un suave balanceo. 
Sin duda es un precioso nombre, que hace que me emocione desde que era un crio. Un sólo nombre, una simple palabra, y mi corazón siente con fuerza. Curioso, ¿Por qué no Sonia o Virginia?¿Mi respuesta? Tengo la absoluta certeza que en alguna otra vida estuve enamorado de una bonita chica, una mujer a la que amé tan apasionadamente que me dejó una profunda huella que ha perdurado a través de todas mis posteriores existencias. Una encantadora niña de rostro angelical y sonrisa maravillosa que me amó tan profundamente que marcó lo que soy y seré. Alguien cuyo nombre, seguramente, fuera Vanesa.