Al despertar no me ubiqué en un principio. Estaba de lado y observaba, con los ojos entreabiertos, una lamparita en la semipenumbra. En la mesilla reposaba mi reloj, al lado una intermitente luz verde centelleaba. Era mi móvil. ¿Dónde estaba?
- Buenos días, cariño. ¡Feliz Navidad! Escuché que alguien decía detrás de mi.
A mitad de camino entre la curiosidad y la extrañeza me giré sobre la cama. Fue entonces cuando supe exactamente donde me encontraba. Unos preciosos ojos me miraban con cierto aire divertido.
- Así que no te he soñado. Dije acariciando su pelo para apartarlo de su cara.
- No, cielo. Creo que soy bastante real. Contestó ella dándome un beso en los labios.
Sabía a caramelo de fresa o quizá a algodón de azúcar.
Me tumbé boca arriba y miré el blanco techo. ¿De verdad estoy aquí y es Navidad?
Aún pensativo, un escalofrío recorrió mi cuerpo y me tapé con el edredón de colores rojo, verde y azul. Tanteé con la mano buscando la suya y me di cuenta de que estaba desnuda bajo la sábana. Ladeé entonces mi cabeza de nuevo, ella seguía en la misma posición. Sin quitarme ojo me observaba sonriendo. ¡Dios, que guapa era!
- Creo que la mezcla de turrón y cava de anoche te sentó un poquito mal, dijo riendo.
Su risa era dulce, su voz tierna, sus labios me decían bésame. Y por su puesto, fui un niño bueno e hice caso.
- ¡Si apenas bebí! Respondí sin acordarme realmente si lo había hecho o no.
Al acercarme a ella sentí su piel, suave y cálida. De nuevo la besé y esta vez no reparé en el sabor de sus besos sino en el olor de su pelo. ¿Cómo puede un simple aroma provocar tantos sentimientos?
Ella se había colocado sobre mi, sentada. Con el edredón sobre su espalda empezó a acariciar mi pecho con el dedo. El pelo le caía por los hombros, sus pechos se balanceaban en una hipnótica danza que provocó que mis ojos los siguieran durante unos segundos.
Si esto es un sueño espero que no suene la alarma ahora que la cosa se pone interesante, me dije. Mientras, ella seguía acariciando mi cuerpo con una delicadeza increíble. Lo hacía lentamente, parándose de vez en cuando para mirarme a los ojos. Imposible resistirse a un momento como ese, notó mi creciente erección e intuí una leve sonrisa tras su enmarañado pelo. Con la mano que le quedaba libre cogió mi pene y lo introdujo dentro de ella liberando un suspiro corto y dulce cuando se deslizó completamente a través de su vagina. Entonces se tumbó sobre mi y empezó a morderme el cuello al mismo tiempo que movía su culo arriba y abajo. Yo la tenía cogida de la cintura mientras ella se abrazaba a mi con ambos brazos alrededor de mi cabeza. Sus tetas botaban sobre mi cara, sus acompasados y débiles gemidos me llegaban como ecos lejanos de otros mundos. Ella variaba el ritmo, tan pronto se aceleraba y me arañaba la espalda con sus uñas por el frenesí del momento como se relajaba y me comía a besos. ¿Cuanto tiempo estuvimos así? Imposible saberlo, minutos, horas. Quien sabe. Ella empezó a temblar de pronto, entonces supe que era el momento. Separé su cara de mi cuerpo y la sostuve entre mis manos. Quería mirarla a los ojos al corrernos, deseaba que mis ojos le dijeran cuanto la amaba en ese instante. Esos segundos fueron de una intensidad tremenda, la expresión de su rostro cambiaba con cada movimiento y al notar mi semen caliente recorriendo su interior abrió bien los ojos.
Feliz Navidad mi amor, solté. Ella tan sólo me besó. Un minuto después ambos yacíamos de lado sobre la cama, mirándonos a la cara en silencio. Te amo, susurré. Y yo a ti, Rubén. Eres el amor de mi vida.
Necesito soñar para mantenerme vivo.