Mirando sus ojos caí rendido.
La verdad, si he de ser sincero al cien por cien, es que apenas podia sostener su mirada sin apartarla a los pocos segundos. Su belleza me cohibia, su luz deslumbraba mi alma y no cabia la menor duda que su amplia sonrisa hacia que mi corazón volara tan rápido y tan alto que temia sufrir un ataque alli mismo, en la mesa de aquel restaurante por el que de un modo totalmente azaroso habiamos ido a parar.
¿Qué diablos hacia alli con ella? ¿De qué misteriosa manera habiamos pasado de hablar en una aseptica y brillante sala llena de libros, a estar observando nuestros rostros frente a una jugosa y enorme hamburguesa acompañada de un no menos gigante vaso de cocacola?
El caso es que alli estaba ella, hablandome entre bocado y bocado de su hermana. Contandome como hacia unos meses se habian metido en un lio al quedarse tiradas en un bar ya que una de sus amigas, la que conducia aquella noche, se habia largado con un tipo al que acababa de conocer, y como ella le habia echado morro y le habia pedido a un chico que las acercara hasta el hotel. No recuerdo, por más que estrujo mis pocas neuronas, el motivo por el que instantes después de terminar su anecdota no paraba de reirme. Quizá tenga que pedirle algun dia que me repita la historia, valdria la pena tan solo por detenerme en cada gesto, en cada mueca, una vez más.
Las palabras exactas puede que no vengan a mi mente pero si que recuerdo vividamente su mano rozando la mia al coger el menu que un distraido camarero habia dejado sobre la mesa. Su piel, fria -acababamos de entrar después de dar un breve paseo por la zona en pleno mes de Diciembre- y suave -como la superficie pulida del capó del Ferrari mas caro que Cristiano Ronaldo o Messi pudieran comprar- me transmitió, extrañamente, tal calidez que me pareció que la conociera de toda la vida.
Pintas las cosas demasiado bonitas, Rubén. Seguro que estais pensando eso ahora mismo. Maldito chiflado del amor, os escucho decir entre dientes. Pero es cierto, esa chica hizo que mi mundo se detuviera durante unos minutos para que una vez reanudada su marcha natural alrededor del Sol ya nada volviera a ser lo mismo.
Ningun pájaro se quedaria jamás sin su canción, no existiría nunca un bosque sin árboles tan altos como las mismas nubes y desde luego los donuts vendrian para siempre jamás con el pedacito del centro a su lado.
Sin embargo, ese pasajero desliz de manos rozandose alrededor de un menú no fue el único contacto que hubo. Algo más tarde, después de haber compartido un helado de chocolate y nata tan grande que haria las delicias del más goloso de los golosos salimos del restaurante y al ir a cruzar una transitada calle la sostuve de la cintura para evitar que un desconsiderado taxista con demasiada prisa acabara dandola un buen susto. Fue instintivo, y quizá duró bastante más de lo que tardó el susodicho taxista en desaparecer de nuestras inquisitivas miradas. No queria soltarla, no deseaba que su rostro se alejara ni un solo centimetro más de mi cara y a punto estuve de besarla alli mismo alumbrado por el escaparate navideño de una tienda de perfumes. ¿Por qué no lo hice? Buena pregunta.
Seguimos andando, ella continuaba parloteando sobre una fiesta de cumpleaños que tendría la semana que viene o que tuvo la pasada, no se muy bien ya que yo aun le daba vueltas a la pregunta de por qué estupido motivo no la habia besado. De pronto escuchamos música salir de un garito y soltó...¿un mojito?
Albert Einstein, en el margen de una carta que alguien le envió anotó, a colación de un comentario, esta frase. "Gravitation is not responsible for people falling in love." La gravedad no es la causante de que la gente se enamore. Un poético e ingenioso juego de palabras en inglés que lei hace un par de dias. Quizá por eso, esta noche mi subconsciente ha hecho que sueñe con esa desconocida mujer y me haya despertado en el mal momento en el que entraba en aquel garito proponiendome reunir toda la valentia que me fuera posible para darle un beso con sabor a lima.
No he podido evitar escribir sobre ello a estas horas de la noche y en esa pequeña ventana de lucidez que acompaña a los momentos en los que el cerebro apenas funciona dejando que nuestra alma tome las riendas creo intuir que Albert estaba equivocado. ¿Seré tan prepotente para creerme más sabio que el propio Einstein? Bueno, no creo ser mas listo que el común de los mortales pero según me contaron una vez en la facultad, la gravedad es la causante de la dilatación del tiempo. Un segundo no es lo mismo aqui que en Jupiter o que en la misma Luna. ¿Y qué es lo que ocurre al soñar o al enamorarse? El tiempo corre tan despacio que podemos ver el pestañeo de los ojos mas bonitos del universo, y perdernos en esa mirada para descubrir que en sus profundidades está el secreto de la vida eterna. Y sin embargo, nada de ese tiempo parece suficiente y quisieramos tener tres vidas más tan solo para poder disfrutar del sonido de su corazón sabiendo que late por y para ti. Si, no tengo duda alguna. La gravedad es la causante de que los hombres y las mujeres se enamoren. Sin ella no seriamos capaces de discernir ni la mitad de la belleza que hay detrás de un gesto o una caricia, sin ese cambio vertiginoso de velocidad en el tiempo no podriamos juzgar las cosas bellas de la vida porque pasarian de largo sin darnos apenas cuenta. Tristemente no podriamos amar.
Sueños. Tiempo. Amor. Gravedad. Mi mente abotargada y llena de absurdas ideas que apenas logro ya retener, pide un descanso. ¿Será posible volver al punto donde lo dejé? ¿Seré capaz de adentrarme en aquel atestado garito y darle un beso a la enigmatica chica de la preciosa sonrisa?
No la hagamos esperar. Dulces y bonitos sueños para todos.