Hace unos días me enteré de la existencia de Beatriz. Tras escuchar su nombre y su enigmática historia me sobresaltó una pregunta. ¿Existe la magia?
En realidad, Beatriz puede que no se llame de tal forma. Ya de por sí, eso tiene algo de insólito. Me explicaré. Bea es una niña robada, un bebe al que sacaron de su cuna usurpando la felicidad de una familia, arrancándola de los brazos de una madre y del cariño de un padre. Imagino el dolor que debieron sentir, la desesperanza, la frustración de esos padres y su impotencia al no poder hacer nada más que esperar a que las investigaciones dejaran de negar día tras día la identidad del malhechor, por no llamarlo hijo de puta o hija de puta que la maldad no distingue de sexos en estos menesteres.
Sin embargo, esta historia está llena de matices fascinantes. No sabemos si Bea se despertará mañana siendo Diana, o quizá Bea se tome su café del Starbucks respondiendo al nombre de Sonia, incluso alguien podría llamar a Bea por teléfono a media tarde saludándola con efusividad...¡Hola Carol! ¿qué tal ha ido la mañana?
No, no sabemos su nombre. Pero...podemos saber con cierta seguridad que su pelo será oscuro. Negro azabache.
Ciertamente la probabilidad de que sea negro no es del cien por cien, ¿quién de vosotras no se ha teñido el pelo alguna vez? ¿Quién no ha ido en alguna ocasión a la peluquería y con una férrea convicción de que serán la sensación del trabajo, gimnasio, o boda de turno, no ha soltado eso de...quiero unas mechas californianas?
Jugamos con conjeturas, probabilidades estadísticas, campanas de Gauss y binomiales. Desde luego que es así, pero lo que realmente seduce de esta historia es que también podemos saber el color de su mirada. Beatriz tiene los ojos pardos, castizamente marrones. Ocre tirando a tierra mojada.
Y aquí, queridos lectores, la posibilidad de acertar es mucho mayor. No hay una gran cantidad de personas que usen lentillas de colores.
Esos ojos pardos, indiscutiblemente, serán enormes. Redondos. Amplios. Beatriz será reconocida por su rostro, no albergo duda alguna. Pero, ¿qué más datos se podrían aportar de un bebé robado?
Bien, pasemos a los labios. Finos y gruesos a la vez, largos. Infinitos. El superior es una línea que resalta su nariz respingona, el inferior es grueso y carnoso, acentuando una barbilla en v abierta, de brazos algo caídos.
Orejas centradas, en su posición justa. Frente amplia. Cejas kilométricas. Mofletes prominentes. Hoyuelos al sonreír. ¿Y qué decir del cuerpo? Tema peliagudo donde los haya. Ahí entraríamos en la zona crítica, en el nivel de riesgo de cualquier estadístico. Podríamos imaginar un millón de cuerpos para Bea y no dar con su figura real.
¡Anda ya, Rubén! Podríais exclamar ahora mismo. Un bebé puede cambiar de mil formas, afirmaría alguien no creyente en la magia. ¡Bendita J.K. Rowling y su escuela de magos de Hogwarts!
Lo que aún no os he confesado es que tengo un as en la manga, como cualquier mago que se precie. Mirad bien, observad. Creed.
Beatriz no es una persona, son dos. Es aquí donde subyace el hechizo de este cuento y es que en aquel mágico parto, la mamá de Beatriz dio a luz a dos niñas. Ambas idénticas. Gemelas.
Mientras la hermana de Bea me contaba como a cada sitio que viajaba y en cada ciudad que visitaba, se paraba en cada rostro intentando reconocer a su hermana robada al nacer yo me preguntaba, ¿existirá la magia de verdad? ¿Se encontrarán algún día Bea y su hermana y se fundirán en un hermoso abrazo?
Dos más dos son cuatro. Dos más dos son diez. Ambas respuestas son válidas. Nadie que afirme cualquiera de esas dos posibilidades se equivoca. ¿Y cómo es posible? Sencillo. Depende del punto de vista con el que se mire. En un sistema de numeración de base 10, el que todos usamos en nuestra vida diaria, dos más dos serían cuatro. Sin embargo, en un sistema de numeración de base cuatro, dos más dos serían diez.
Las matemáticas siempre han tenido algo sobrenatural en sí mismas. La belleza de la magia, de lo insólito e increíble radica en que cualquier cosa puede suceder. Por eso, hechizado por la incesante lluvia que cae sobre mi ventana en una madrugada de mediados de Febrero me encantaría pensar que vivo en un mundo tan especial y mágico, que dos más dos nunca llegan a ser cuatro. Un lugar en el que el sistema de numeración sea totalmente distinto al habitual y por supuesto en el que ambas hermanas separadas al nacer se reencuentren por fin. ¿No pensáis que estaría genial ver el mundo desde otra perspectiva?¿No sería maravilloso creer en la magia?
Post scriptum: los magos no suelen rebelar sus trucos a riesgo de que les expulsen del colegio de Hogwarts pero he aqui por qué dos más dos son diez. En base 4, los unicos números existentes serian 0, 1, 2, y 3. Por lo tanto, la forma de representar el número 4 sería el 10. Dos digitos distintos, pero que leidos nos darian diez.
La virtud del ilusionista es hacer creer que lo imposible es posible.