Me empeñé en ir a Washington.
Quería ir desde que vi la biblioteca del congreso en la película, siempre he amado ese tipo de edificios y ese era el más grande del mundo. Meses antes de viajar a la capital de los Estados Unidos me dediqué a cotillear en su web, me di de alta en su newsletter y quise hacerme socio para que me dejaran entrar hasta sus salas más ocultas para tan solo vislumbrar y poder tocar los lomos de los libros que se pudieran esconder en sus estanterías.
La biblioteca es un lugar enorme lleno de turistas. Eso me decepcionó en parte porque me hubiera gustado poder disfrutar del silencio que reina en cualquier biblioteca que se precie. Como lugar arquitectónico es impresionante, sus salas son de una belleza increíble y cada una de ellas está repleta de historia, que el guía te va contando con sus diversos chascarrillos y anécdotas.
Sin embargo no sólo quise ir a Washington por su famosa biblioteca. Había otras cuatro cosas que quería ver en esa ciudad.
Una de ellas, la declaración de independencia. El texto más nombrado del mundo occidental después de la Biblia. Quería verla con mis propios ojos. Intentar leer sus líneas y comprender, hasta dónde llegaba mi inglés, los párrafos que han gobernado ese país y por ende el mundo en los últimos decenios.
Era parte de la historia y yo no quería dejar de contemplarlo.
El museo de historia natural. El archiconocido Smithsonian. Bueno, aquí entraba en juego mi lado infantil. Quería perderme por sus salas de dinosaurios y de dioramas de las distintas épocas del planeta.
El monumento a Washington es el obelisco que vigila toda la ciudad. Me moría por subir hasta arriba y espere sentado impaciente hasta que llegó mi turno. Arriba, en lo más alto del cielo de aquella ciudad contemplé la punta original de aquella faraónica construcción y observé por sus ventanas el magnífico lago del Mall.
Y por último, no quise irme sin haber tocado brevemente las alas del avión de los Hermanos Wright. El Wright Flyer que a principios del siglo XX dio el pistoletazo de salida a los viajes por el aire. Amo volar y no podía dejar pasar la oportunidad de contemplar el biplano en persona.
Ese museo, el del aire y el espacio de Washington, creo que ha sido el que más me ha alucinado de cuantos he estado. Y han sido unos cuantos. El módulo lunar, cabinas de aviones, salas repletas de bombarderos de la Segunda Guerra Mundial, aviones comerciales colgados de manera increíble de techos tan altos como el cielo. En fin, nunca pensé que hubiera tanto que ver allí.
Hubo otro lugar al que no pude entrar porque las reservas son con varios meses de antelación y me quedé con las ganas. La sala oval, el despacho presidencial de la Casa Blanca.
Quizá en otra ocasión.
Hoy me he puesto de nuevo el DVD de la búsqueda.
Contemplando la declaración de independencia justo cuando Cage decide que debe robarla para protegerla dice una de mis frases favoritas.
- ...pero cuando una larga serie de abusos y usurpaciones dirigida invariablemente al mismo objetivo, evidencia el designio de someter al pueblo a un despotismo absoluto. Es su derecho, es su deber, derrocar a ese gobierno y proveer de nuevas salvaguardas para su futura seguridad...
- Precioso, pero no he entendido nada.
- Significa que si algo va mal, los que tienen la capacidad de actuar, tienen la responsabilidad de actuar.
En otro momento habla de Edison. Cuenta que fracasó en más de dos mil ocasiones al fabricar el filamento de su bombilla. Pero que cuando le preguntaron a él mismo sobre ello dijo, "no fracasé, descubrí dos mil modos de cómo no construir una bombilla. Solo necesitaba encontrar un modo de que funcionara."
Interesante modo de acabar la entrada de hoy. Aquel día que vi la declaración de independencia me compré una réplica en la tienda del museo. "...los que tienen la capacidad de actuar, tienen la responsabilidad de actuar."