La vida no se mide en minutos se mide en momentos.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

viernes, 25 de agosto de 2017

Capítulo 19: Wonderland.

Basado en hechos reales.

Escena primera: Plano medio de alguien sentado en un sofá, sujetando un vaso de whisky al que da pequeños sorbos de vez en cuando. Mientras el plano se va abriendo y la cámara se aleja poco a poco de esa persona que lleva un extraño sombrero, una voz en off empieza a hablar.

...Hay ocasiones en las que nada se puede hacer, y otras en las que por mucho que hagas nada cambiará en absoluto. Sin embargo, si ella no volvía Manhattan se marchitaría poco a poco...

Esa voz se apaga en un susurro justo en el momento en el que la cámara se para en un plano de la cara de ella reflejado en una foto que reposa sobre la mesa al pie del sofá. Blanco sobre negro. El vestido de ella, tan claro como la Luna, resaltaba su ojos oscuros. Su pelo negro rodeaba un rostro sonriente y reposaba sobre el sensual vestido. La mirada perdida en la mueca de su acompañante, el mismo que bebía preocupado en el sofá, denotaba admiración. De fondo las luminosas letras del Wonderland dejaban un rastro de destellos mágicos en la instantánea.

La cámara se detiene de nuevo en el hombre del sombrero, su mirada de ojos verdes se posa sobre la foto de ella mientras una melodía, que no hacía mucho se coló en sus pensamientos, suena con aires nostálgicos. "...though I try to hide it, it's clear. My world crumbles when you are not here..."

Fundido a negro.

Escena segunda: Una calle desierta, una oscura noche sin luna. Plano general de un barrio típicamente americano de casas bajas. Se escucha a Duke Ellington tocando it don't mean a thing...

Al fondo aparece un hombre impecablemente vestido con traje gris oscuro. Bajo el sombrero, que lleva algo ladeado, se dibuja un rostro. Es el de Reuben.

La voz en off se escucha de nuevo mientras la cámara va recorriendo en un lento travelling las calles del alto Manhattan. 

Edward Reuben Niemmen caminaba por la calle con la seguridad que le daba sentirse adorado por la gente. Sin embargo, ese día, su semblante no transmitía ese magnetismo que le caracterizaba. Una hora antes había tenido una conversación con Beatriz. Esa mujer le tenía descolocado, quien lo iba a decir. Eddy Niemmen, más conocido en la ciudad como "Shorty" se había quedado sin palabras ante lo que aquella intrigante y, al mismo tiempo, maravillosa mujer le había dicho hacía unos pocos minutos. 

Un par de manzanas antes de llegar al club se paró un instante, se apoyó en la fría pared de piedra gris de una tienda de ultramarinos y se frotó los ojos. Necesitaba un trago. 

- Una botella del mejor Bourbon que tenga, por favor. Le pidió al tendero que distraído escuchaba la CBS en su viejo aparato de radio. 

- ¿Una mala noche? Le preguntó el hombre canoso detrás del mostrador. 

Eddy, sin mirar siquiera el rostro de quien le hablaba, sacó un fajo de billetes y pagó la botella de 10 dólares con uno de veinte. 

- Quédese el cambio. 

Salió a la calle, fría y solitaria. La amarillenta luz de las farolas creaban una atmósfera aún más gélida. ¿O quizá era su maldita percepción? Abrió la botella y bebió mientras las palabras de Bea se asomaban a su mente. ¡Te odio, Eddy!

Su mirada entonces se quedó fija en un hombre sentado al otro lado de la calle.

- ¡Amigo! Le gritó éste al ver que Eddy detenía su vista en él. ¿Tiene un par de pavos para un hombre sin suerte? 

Shorty se acercó.

- Haré algo mejor, compartiré mi botella contigo. ¿Quieres un trago? 

- Nunca diré que no a un ofrecimiento como ese. 

Shorty le pasó el Bourbon. 

-¿Sabes? Nunca entedenderé a las mujeres. 

- Es mejor así, dijo el vagabundo. Es lo que las hace tan fascinantes. El misterio que hay tras sus miradas.

Eddy se quedó pensativo. Si, las mujeres eran una incógnita para él. 

El mendigo hizo el gesto de devolverle la botella. Edward sonrió levemente.

- Quédatela, hoy la disfrutarás tu más que yo. 

Metió la mano en el bolsillo del pantalón y sacó un par de billetes.

- Busca un lugar en el que te den un buen filete y así lo acompañas con el whisky. 

El hombre sentado sobre un cartón mugriento sonrió mientras Ed se alejaba. 

- ¡Gracias amigo! Gritó. 

Shorty saludó con una mano sin mirar hacia atrás, quitándole importancia al gesto que acababa de tener. ¿Qué importaban unos dólares en una noche así? 

Caminó unos minutos sin apenas desviar la vista del suelo, hasta que empezó a escuchar el bullicio. A lo lejos se intuían la luces del club de moda en las noches de Nueva York. Una larga cola se podía ver ante la entrada. Gente de todo tipo esperaba horas para entrar en aquel lugar. Chicos intentando impresionar a sus citas, grupos de amigos que deseaban conocer a la actriz del momento, amantes del blues, fanáticos que deseaban que Billie les dirigiera una sensual mirada al tiempo que se movía sobre el escenario, niñas que anhelaban un beso de Errol y gritaban excitadas ante tal posibilidad. 

Edward adelantó a la gente que esperaba impaciente su turno. 

- ¡Hey, amigo, póngase a la cola! 

Escuchó que le gritaba alguien. Ed con las manos en los bolsillos ni se inmutó. Llegó a la doble puerta negra con un gran ojo de buey a cada lado y levantó la vista observando el letrero luminoso que centelleaba en la noche.

Today, the great and marvellous Billie Holiday. Como cada Domingo, en la noche de las estrellas, allí estaría Eleanora cantando para él. 

Al bajar la mirada se topó con la figura del grandullón. Franky, el búlgaro. Una mole de unos dos metros de alto y brazos enormes. El búlgaro era tan americano como Shorty pero le llamaban así porque contaban las malas lenguas que unos años atrás había matado a un hombre de nacionalidad búlgara que intentó camelar a su chica en un garito de mala muerte en Brooklyn. Se decía que Frank había cortado cada dedo de la mano con la que había tocado el culo de su novia dejando que se desangrara poco a poco. La policía nunca pudo demostrar tales habladurías porque el búlgaro nunca apareció ni vivo ni muerto, pero Frank se quedó el apodo. Y si alguno de vosotros le pudierais preguntar os diría lo mismo que le dijo a Edward cuando una noche sacó el tema. Oye Frank, ¿qué hay de cierto en todo eso del búlgaro? Shorty, eso es algo que sólo el propio búlgaro podría responder.

Y ahí se encontraba Eddy, a las puertas del club más chic de todo Estados Unidos. Una noche más, pero no una cualquiera. Era la celebrities night en el mágico Wonderland y allí todo podía suceder. 

Franky dió la mano a Ed al verle y le abrió la puerta. 

- Dentro esta Jess. Te espera en la barra. 

- Gracias Frank. Esta noche pinta bien, dijo señalando con la mirada la larga fila. 

- Si, Lady Day los tiene a todos locos. 

Traspasar aquellas puertas era como adentrarse en un mundo irreal y luminoso. El olor de la amplia entrada era inconfundible. Allí estaba Rachel frente a un pequeño mostrador flanqueado por dos enormes jarrones de rosas blancas y rojas que ella misma traía cada noche. 

- Hola cariño. 

- Hola Rachel, ¿qué tal la noche?¿muchas propinas?

- No esta mal, Bugsy me ha soltado un billete de 50 sólo por cuidar de su abrigo como si fuera mi querido gatito. Con esas mismas palabras me lo ha pedido. 

- Vaya, ¿Bugsy ha venido?

- Así es Ed, hoy tenemos a gente importante. 

- El jefe va a tener que subir el sueldo a Billie, reúne a más millonarios que una junta del bueno de Rockefeller. Soltó Edward, entre risas, mientras daba un beso en la mano de Rachel.

Un pasillo estrecho unía la recepción con el gran salón. La pared negra estaba repleta de fotos de mujeres con preciosos vestidos y apuestos hombres acompañándolas, posando a la entrada del Wonderland o sentados en alguna de sus mesas. Recorrer esos metros cambió el humor de Eddy, ya escuchaba el clarinete de Lester Young. Fuera de allí el mundo era violento y cruel, despiadado. Pero todo cambiaba al caminar por ese pasillo. Ese era el único lugar en todo Nueva York en el que blancos o negros, mafiosos o banqueros, músicos o escritores, actores o jugadores de béisbol eran tratados por igual. Sólo había un requisito para poder disfrutar de todo aquel ambiente, tener diez pavos en el bolsillo que era lo que costaba un sidecar. Mezcla de coñac, cointreau y zumo de limón, era el cóctel que ahora estaba más de moda entre las nuevas actrices de la MGM que se dejaban caer por la Costa Este entre rodaje y rodaje. 

- ¡Ed! 

Una preciosa muñequita de largo y sedoso pelo rojizo con pequitas por toda la cara le llamaba a la entrada del salón. Era Beth, una jovencita de Boston que había dejado su hogar para labrarse un futuro en el mundo del espectáculo. De momento, era una de las camareras del Wonderland. 

- ¡Hola nena! ¿Qué ocurre? 

- El señor Siegel quiere verte, me ha pedido que te avisara cuando llegaras.

- Luego me acerco a su mesa, antes tengo que hablar con Jess.

Extremadamente luminoso, el gran salón del Wonderland era enorme y estaba lleno de vida. La luz era esencial en un lugar al que la gente iba para ser vista y para lograrlo tres grandes lámparas colgaban del alto techo creando ese increíble contraste entre el oscuro pasillo de entrada y la inmensidad y claridad del salón. Edward siempre decía que hacer ese recorrido era como volver a nacer, como cuando un bebé recien nacido atraviesa el útero de la madre para salir al mundo. Por supuesto, para Shorty el mundo entero se concentraba en aquel maravilloso salón del Wonderland.

Siempre se asombraba del poder de la música. En cualquier otro lugar, esos tipos sentados en las mesas estarían matandose unos a otros. Allí disfrutaban del alcohol y de las chicas, hablaban y reían. Nada  parecía preocuparles, desde luego que no era así. ¡Pero todo era tan idílico! 

En el centro estaba la orquesta y una pequeña zona abierta donde algunas parejas bailaban. Lester hacia las delicias de los que agarrados se susurraban cosas inconfesables al oído. Estaba calentando el ambiente hasta que ella saliera y fuera el centro de atención. La vió en una mesa, sentada junto a Duke y su mujer. Billie estaba excepcionalmente bella esa noche, luego iría a verla antes de su actuación. Ahora necesitaba localizar a Jess.

- Maggy, cielo, lleva una botella de Crystal a la mesa del señor Louis.

- Muy bien Ed, pongo el cóctel a la señora Pickford y enseguida estoy con el campeón. 

Eddy había estado en el estadio de los Yankees viendo el combate de Joe contra Schmeling. Max había aceptado la revancha a aquel primer encuentro que tuvieron ambos un par de años atrás. Esta vez Joe Louis estudió mejor los golpes de Schmeling y ante un estadio lleno hasta la bandera, setenta mil personas según el Times, logró noquearle y llevarse una bolsa de un millón de dólares. The Brown Bomber tenía un buen montón de dinero para gastar y Edward quería que se dejara una pequeña parte en el Wonderland y para ello tenía que tenerlo contento. 

Tras la barra había dos mujeres. Jeannie, una rubia de pelo corto y amplia sonrisa, y Natalie una morenita de Alabama de reciente adquisición para los intereses del club. 

- Natalie, bombón, ponme un Macallan. ¿No estaba por aquí Jess?

- Si, ha ido a saludar al señor Luciano. 

¿Lucky Luciano y Bugsy Siegel el mismo día? Eso era algo sobre lo que pensar, se dijo Edward. Pero luego se encargaría de ese tema. Ahora mismo acababa de aparecer lo que andaba buscando. Jessica Wilson llevaba un vestido rojo sin mangas ajustado en la cadera. Su caminar era seguro pese a los vertiginosos zapatos negros con los que daba pasos cortos pero decididos. El pelo rubio lo tenía recogido en un moño salvo por dos pequeños y finos mechones que, uno a cada lado de su atractiva carita, se balanceaban como el péndulo de un ilusionista que intentara hipnotizarnos. Sus preciosos y enormes ojos azules estaban fijos en él. Durante diez segundos no pudo evitar admirar a esa impresionante mujer, luego fue a su encuentro para saludarla. Jessica era la encargada de aquel explendido club.

Una de las extravagantes señas de identidad del Wonderland era que el local estaba regentado y atendido por mujeres únicamente. Salvo dos excepciones. Frank el búlgaro, y Edward "Shorty" Niemmen.

- Hola Jess, hoy tu ojos brillan más que nunca. Le dijo Eddy al darle un beso en la mejilla. 

- Buenas noches, jefe. Tus ojos, sin embargo, me dicen que su dueño esta algo más triste de lo habitual. 

- Tienes razón, Bea ha desaparecido. Debo pedirte un favor, pero antes disfrutemos de la voz de Billie un rato. Quizá eso me permita aclarar las ideas.

En ese momento salía la señorita Holiday al escenario y los primeros acordes de "Strange fruit" empezaban a sonar.

El Wonderland bullía de vida, la melancolía desapareció brevemente de su mirada y por unos instantes contempló su mundo, aquel increible salón. Ese ecosistema único en el que él era el mago que hacia que cualquier cosa fuera posible en el país de las maravillas. No había nada que Eddy y sus chicas no pudieran conseguir, y eso era lo que hacia que todo el que tuviera un nombre en esa jodida ciudad quisiera estrechar la mano de Edward Reuben Niemmen. 

Sin embargo, tras los primeros acordes y la melancólica voz de Lady Day la mente de Eddy no pudo evitar rememorar esa conversación.

- Te odio, Eddy. Odio amarte. Por eso me largo de Manhattan.
Edward, de pie en la puerta, la abrazó. La besó en la mejilla.
Mientras la observaba alejarse por el pasillo una melodía recorrió aquel lugar como si alguien, un ser divino o un guionista improvisado de aquella pequeña tragedia, supiera exactamente lo que la mente de shorty pensaba.
"...though I try to hide it, it's clear. My world crumbles when you are not here..."

Shorty, en una de las pocas fotografías que se conservan de él.